Introducción: Una travesía desde el Archipiélago Toscano hasta Zea
Un bosquejo de Venezuela a finales del siglo XIX y el porvenir del pueblo italiano en el Nuevo Mundo.
Un origen primigenio
Así nos cuenta la mitología etrusca que la diosa Venus emergió de las profundidades del Mar Tirreno y rompió una diadema de perlas que adornaban su cabeza. Estas se precipitaron nuevamente a las aguas del mar formando desde las profundidades las sietes islas que componen el Archipiélago Toscano: Gorgona, Capraia, Pianosa, Montecristo, Giglio, Giannutri y Elba; la más grande de ellas.1
Situada al frente de la costa occidental de Italia, la isla de Elba fue un escenario de encuentros y conflictos bélicos entre las civilizaciones que se asentaron alrededor del Mar Mediterráneo. Algunos pueblos como los etolios, los griegos, los etruscos, los ligures y los cartaginenses se disputaron el territorio en su carrera por apoderarse de los yacimientos minerales que iban a nutrir sus nacientes industrias siderúrgicas. Bajo sus dominadores la isla de Elba asentó su economía casi por entero en las industrias extractivas del hierro y el granito. Roma, en el inicio de su obra civilizadora hasta los confines del mundo, se apoderó de la isla y junto con ella las que fueron alguna vez las arcaicas fundiciones que los etruscos habían edificado. Los romanos colonizarían las cumbres, los valles y las costas de la isla. Construyendo las primeras villas, establecerían su vida en un nuevo suelo que labrarían para dar inicio pleno a la agricultura. Herencia de este antiguo legado fue la perseverante cosecha de la vid.2
El siglo XIX en Europa
El 11 de abril de 1814 es firmado en París el Tratado de Fontainebleau. El artículo tercero de este le concedía a Napoleón la isla de Elba, junto con las vecinas Montecristo y Pianosa, como principado a donde se exiliaría el Pequeño Cabo tras su abdicación de los tronos de Francia e Italia. Ratificado el tratado por él mismo, el 20 de abril, resuelve partir rumbo a la isla con la compañía de 400 hombres que conforman su guardia personal. Napoleón desembarca el 3 de mayo en Portoferraio, capital de Elba, desde donde asomaba el perfil agrícola de la isla.3
La tierra cultivada se repartía entre viñedos, pastos y plantaciones de olivos. Magníficos naranjos, granados, mirtos y áloes deleitaban la vista de cada visitante. Rara vez se veían ganado vacuno y caballos, pero abundaban las cabras y las mulas no eran infrecuentes. El vino era excelente, aunque su forma de elaboración dejaba mucho que desear.4
— Friedrich Max Kircheisen
Elba es una isla volcánica con una superficie de 225 kilómetros cuadrados, ubicada en el Mar de Liguria. Su topografía es de un marcado relieve montañoso, cuya cima más alta pertenece al monte Capanne, que descansa al costado oeste de la isla y mide 1.000 metros de altura. Desde su cima, en un día despejado, se puede avistar la vecina Córcega.
Para la época, en Elba apenas habitaban aproximadamente 12.000 personas que, entre los varios puertos y villas, dependían de añejos sistemas de explotación minera y agrícola, rudimentarias actividades que otorgaban los ingresos para la austera subsistencia de la isla.5 Hasta hace pocos años el comercio de vinos elbanos había sufrido un duro golpe por la imposición de aranceles aduaneros desde Francia y la península itálica, limitando gravemente su economía y sometiéndola a una acentuada pobreza.6 Será esta la repentina residencia del nuevo príncipe Napoleón durante los próximos trescientos días de su exilio.
Allí, en un rincón del paisaje rural de Elba, en las faldas del monte Capanne, vivían los Adriani, una laboriosa familia de agricultores y comerciantes que habían cultivado la tierra durante generaciones.7
El fresco recuerdo de la derrota frente la Sexta Coalición inquieta a Napoleón. El alguna vez más grande emperador de Europa estaba ahora relegado a ser el monarca de una pequeña isla. Pero con todo ello, este no se arredra ante su desfavorable situación, se dice así mismo que no hay tiempo que perder. Es así que el corso se pone manos a la obra para hacer de su pequeño refugio insular un verdadero estado. Con el mismo entusiasmo como si se tratara de un gran imperio, se dedica entonces a estructurar la nueva y enérgica política que guiará su administración y sacudirá del letargo que abruma a Elba. Napoleón reforma el sistema judicial y educativo, tiende extensos sistemas de carreteras y comunicaciones, construye amplios acueductos, ordena drenar los pantanos y restaurar esas tierras para su posterior cultivo y colonización, ejecuta medidas de saneamiento en las zonas urbanas y rurales, refuerza y expande las fortificaciones de la isla. Este entusiasmo se refleja también en el plano agrícola, ordenando traer del continente europeo toda una plétora de innovaciones para la organización y el desarrollo de una renovada agricultura: distribución de parcelas, apertura de tierras no comisionadas, promueve con gran iniciativa la plantación de viñedos, castañas y olivos, introduce nuevos cultivos y rebaños, trabaja en la aclimatación de los gusanos de la seda y establece un nuevo modelo de cría para el ganado. Particularmente, Napoleón edifica en la isla una industria vitícola a la vanguardia de las más modernas técnicas agrícolas. Debajo de aquel uniforme militar había un hombre diestro para las exigencias de la faena rural y la política económica. La innovadora regencia de Napoleón convierte a la austera isla en un próspero puerto, pero pronto este principado insular se quedará diminuto ante sus ambiciones de volver al trono de Francia.8
Desde su primer día en la isla de Elba, Napoleón estuvo realizando los preparativos para su triunfal regreso: se hace de nuevas naves para su flota, burla las líneas de espionaje y organiza su ejército para regresar a Francia. Entre los 1.200 hombres que acompañaron al corso en su gran escape de Elba, se encontraba Venanzio Adriani9 enlistado entre sus filas. La expedición partiría del Archipiélago Toscano el 26 de febrero de 1815 con destino a Cannes. Corta sería la emocionante gloria que la ambición del Pequeño Cabo prometía a sus hombres. Tras los Cien Días de la trágica contienda, la Séptima Coalición derrotaría a Napoleón en Waterloo, el 18 de junio de 1815, sellando para siempre su gran anhelo por apoderarse del trono del mundo.10 Con amargo pesar, Venanzio tuvo que regresar a su isla natal para no salir de ella nunca más.
Napoleón Bonaparte había sido derrotado, pero a su paso le había proseguido la estela de los ideales de la Revolución Francesa. Como un estallido, por toda Europa empiezan a brotar nuevas concepciones de vida. Una de las vertientes del pensamiento liberal desemboca en la formación del nacionalismo como movimiento político. En los pueblos europeos surgió la aspiración de gobernarse por sí mismos, el entusiasmo de conformar un cuerpo nacional propio que respondiese a sus caracteres y anhelos. Más pronto que tarde, estas ideas desbordaron las fronteras de Europa y arribarían así a las playas de todos los continentes. Un siglo después, Alberto Adriani sintetizaría la significancia de este enorme suceso en uno de sus escritos:
De ese movimiento, cuyas ideas, y las pasiones que estas ideas supieron engendrar, fueron aventadas a todos los confines del mundo, viene nuestra Declaración de Independencia, vienen las naciones americanas, la Italia y la Alemania unificadas, y, finalmente, los cambios de estructura de los grandes imperios modernos.
La afirmación fundamental de este nacionalismo era que cada nación tenía el derecho de vivir su propia vida, de gobernarse por sí misma y de organizar su propio Estado. Pero ¿Cuál era la razón de ser de la nación? Se ha tratado de explicar la nación por la comunidad de raza, de idioma, de religión, de tradiciones históricas. Ninguna de estas causas por si sola, ni todas juntas, son razón suficiente para que una comunidad sea una nación y la nación organice su Estado. No hay duda que la raza, la religión, el idioma, la historia comunes son vínculos poderosos de unión, y hasta cierto punto imponen la convivencia dentro de un grupo dado, pero el impulso decisivo lo dan siempre las esperanzas de un mayor bienestar, un proyecto de vida más próspera, más noble y más rica. [. . .] La nación es mucho más, infinitamente más porvenir que pasado, y por esto es por lo que es necesario rehacerla cada día.11
— Alberto Adriani.
Tras el desbalanceado orden impuesto en el Congreso de Viena, Alemania e Italia serán las primeras en responder al llamado de la emancipación, como naciones de arraigada conciencia histórica. Otto von Bismarck, un sagaz y recio diplomático prusiano, formado en los parajes agrícolas de Pomerania, será el director de la unificación de la Germania Magna. Mientras tanto en el Mediterráneo, son tres destacadas personalidades las que encaminan al pueblo italiano a superar el grado de «expresión geográfica» al que Klemens von Metternich les había pretendido relegar. Aquel vibrante movimiento de unificación, conocido como el Risorgimento, era liderado por el pionero republicano Giuseppe Mazzini, el estadista Camillo Benso, Conde de Cavour, y el mayor general y revolucionario Giuseppe Garibaldi.
Entre abril y mayo de 1860, con el activo apoyo de Cavour, desde el Reino de Cerdeña se organiza un nuevo ejército de voluntarios. El entusiasmo nacionalista que brotó en las ciudades y los campos del Piamonte, Génova y Liguria llama a la juventud para formar parte de la Expedición de los Mil, una gran campaña militar dirigida por Giuseppe Garibaldi que tenía por objetivo la liberación del Reino de las Dos Sicilias para reunirlas bajo el estandarte de la nación italiana. En Elba, las noticias del movimiento revolucionario llegan al hijo de Venanzio, Marco Antonio Adriani, quien se embarca con ánimo en esta nueva aventura militar, sumándose a las filas de la expedición. Había una única aspiración que guiaba a los jóvenes soldados, el deber de ser dignos herederos de un legado tan vasto como el mundo, su consigna era el Risorgimento de la antigua gloria de Roma.12
Alcanzada la victoria en los campos de batalla y consolidada la reunión de la mayoría de los estados italianos, a excepción de Venecia y Roma, Garibaldi entregaría la autoridad política a Víctor Enmanuel II, quién sería nombrado formalmente como Rey de Italia «por la gracia de Dios y la voluntad de la Nación», el 14 de marzo de 1861. La recién establecida monarquía se convertía en el principal cimiento de una patria por realizar.13
Es entonces que Italia y sus líderes deben afrontar un momento decisivo de su nueva vida, el desafío de conciencia colectiva que ineludiblemente rige el destino de las naciones. Como en el antiguo mito griego, debían encontrar la respuesta de vida o muerte al enigma impuesto por la Esfinge. Hallar el camino del porvenir en el que debía encaminarse Italia o perderse en la oscuridad de la retórica, el antagonismo y la indecisión.
Cavour, el Primer Ministro de Italia, en los últimos tres meses de su vida desempeñaría una entusiasta administración, en el que edificaría el nuevo estado que pusiese en marcha a la Italia al ritmo histórico del mundo y reintegrase los territorios restantes al Reino. Pero imposibilitado por la temprana inestabilidad política y las graves amenazas extranjeras, Cavour no permite la invasión de los Estados Papales y es obligado a realizar concesiones territoriales al Segundo Imperio Francés, un hecho que enfurece impetuosamente a Garibaldi. La fragmentación escala entre los miembros del gobierno italiano. En vista de que era cada vez más lejana la realización de la República, Mazzini y sus partidarios se distancian del gobierno y agitan a la muchedumbre para oponerse a la monarquía. Cavour y Garibaldi antagonizan abiertamente, pues el líder de los camisas rojas se negaba a deponer sus armas y planea encabezar una invasión a Roma. Y es en esta hora crucial en que Camillo Benso, Conde de Cavour, fallece repentinamente antes de concluir su sueño de una Italia unida. Con su partida, se sellaba toda posibilidad de reconciliación entra la monarquía y los revolucionarios.14
En agosto de 1862, Giuseppe Garibaldi reúne a su ejército de voluntarios en Sicilia para marchar hasta Roma y así concretar él mismo la tan ansiada unificación. No importaba el riesgo que acarreaba sumir a Italia en una cruenta guerra internacional que arrasaría con el proyecto de su vida. De camino por Aspromonte, los garibaldinos enfrentan a las tropas de Víctor Enmanuel II, pero en pleno combate Garibaldi es herido y tomado prisionero. Sin dirección y rendidos, todos los voluntarios de la expedición son dispersados o arrestados.15
Por este suceso y otros dentro del marco de las guerras por la unificación italiana, los garibaldinos y otros revolucionarios son empujados hacia el exilio. Varios de ellos encontraron un nuevo hogar en Venezuela, estableciendo una pequeña comunidad italiana que se hará notable y numerosa con el pasar de las décadas.16
Tras el arresto del héroe del Risorgimento, Marco Adriani volvería frustrado a la isla de Elba para dedicarse casi por entero a una vida de trabajo entre los viñedos. Desde entonces los Adriani, imponiéndose una estricta regla familiar, no se volverían a inmiscuir más en los sinuosos y complejos enredos de la política. Hoy conocemos sobre todas estas aventuras del linaje de los Adriani por la historia gracias al hijo de Marco, Giuseppe Adriani, quien junto a su esposa María Mazzei, se embarcarán en una travesía ultramarina desde Elba hasta Venezuela en el año de 1892.17
Aquel lejano país del trópico atravesaba por una etapa sumamente caótica de su historia política, pero contenía en sí grandes promesas para su porvenir. Especialmente, de su faceta académica germinaba una vertiente intelectual ecléctica pero sumamente fascinante, que personificaba en sí misma el salto hacia un nuevo siglo en todas las dimensiones de su vida nacional: esta era el positivismo.
Un nuevo movimiento intelectual en la Venezuela de finales del siglo XIX
Puede decirse que el positivismo determina una época de florecimiento de las ciencias y las letras en Venezuela. Bajo su influencia más o menos pura o directa, entre 1883 y la Primera Guerra Mundial, se rehace la historiografía nacional, se inician investigaciones etnográficas y antropológicas, comienzan los estudios sociológicos, se extiende el criollismo literario y se despierta el interés por las grandes corrientes del pensamiento universal en un grado que recuerda el de las generaciones que a fines del siglo XVIII buscaron ávidamente en las fuentes europeas las ideas de la Ilustración.
El ímpetu creador que, a fines del siglo XIX parece cobrar ese movimiento entre nosotros y que se manifiesta en la publicación de obras importantes, en la edición de revistas y periódicos prestigiosos, como el famoso El Cojo Ilustrado, en la creación de nuevas cátedras universitarias, en el debate público en torno a las ideas y a la política, se tuerce a partir de la dictadura de Cipriano Castro.18
— Arturo Uslar Pietri
Desde Europa la corriente positivista en sus afanes de investigación y experimentación daría a luz una nueva ciencia: la sociología. Desde el descubrimiento, el continente americano había sido receptor de las ideas emergidas de las revoluciones culturales, científicas y económicas que acontecían en el Viejo Mundo. La presencia temprana del positivismo en Venezuela la podemos encontrar en la obra escrita de hombres como Simón Bolívar,19 Simón Rodríguez, Andrés Bello y Fermín Toro. Pero no es sino hasta los albores de 1863, en las cátedras de Ciencias Naturales y de Historia de la Universidad Central de Venezuela, en que se consolidan estas ideas en un movimiento intelectual. Es en aquella década que son plantadas las semillas del pensamiento positivista, de cuyas raíces brota una reinterpretación esencialmente venezolanista de las ideas de Charles Darwin, Auguste Comte, John Stuart Mill y Herbert Spencer. Se planteaba así un original método para alcanzar la comprensión del estado social y político de la sociedad. Era, pues, indispensable indagar en el contexto histórico, en las características orgánicas y físicas de su entorno en que se desenvuelve, con un estricto rigor científico. Para determinar las causas de los fenómenos sociales y los fundamentos idiosincráticos de los pueblos es necesario estudiar aquellos elementos que componen su existencia y encaminan su porvenir.20
Ya el ilustre historiador zuliano Rafael María Baralt, décadas antes del surgimiento de la corriente positivista en Venezuela, anunciaba con claridad los indicios vitales de esta forma del conocimiento científico e histórico:
Las costumbres públicas ó el conjunto de inclinaciones y usos que forman el carácter distintivo de un pueblo, no son hijas ni de la casualidad ni del capricho. Proceden del clima, de la situación geográfica, de la naturaleza de las producciones, de las leyes y de los gobiernos; ligándose de tal manera con estas diversas circunstancias, que es el nudo que las une indisoluble. [. . .] Todo hecho físico de aplicación general, determina pues una costumbre: todo hecho moral constante o que por intervalos fijos se repite en el seno de la sociedad, produce el mismo efecto [. . .] Lejos de ser inexacto dividir las costumbres según las diversas circunstancias físicas y morales de un pueblo, es de ese modo como únicamente deben considerarse, cuando se quiere estudiar su origen, fuerza y desarrollo.21
— Rafael María Baralt
El arribo de nuevas ideas a las costas venezolanas coincide con la aspiración de su ciudadanía por construir una nueva República. Las más novedosas ideas del pensamiento europeo se trasladan con relativa rapidez al continente americano a través de los movimientos migratorios, compañías mercantiles y misiones diplomáticas; enriqueciendo fecundamente la escena cultural e intelectual venezolana. Se trataba de una reacción al y, a su vez, una renovación del plano literario y político. En la razón física, la lógica materialista y la ciencia experimental se erigía en superación de la teología, la metafísica y el romanticismo que contemplaban inmóvilmente el pasado. Frente al idealismo, el positivismo se revelaba como una fórmula científica para comprender el pasado y regenerar el presente.22
A las nuevas generaciones de venezolanos, que asistieron a las cátedras de Historia del caraqueño Rafael Villavicencio y las de Ciencias Naturales e Historia Natural del alemán Adolfo Ernst, les fue otorgado este conocimiento singular: una óptica desde donde podían estudiar con un empirismo metódico al mundo, sus propiedades y evolución. Óptica que, con el paso de los años, se le sumarían las ideas de Hipólito Taine, Gustave Le Bon y Joseph Arthur de Gobineau. Pronto los jóvenes discípulos, con ingenua arrogancia pero con un decidido entusiasmo reformista y democrático, empiezan a participar en diferentes frentes públicos de la sociedad venezolana para divulgar sus ideas: organizan grupos universitarios, con su literatura llenan extensas columnas en la prensa, polemizan abiertamente contra la Iglesia con su anticlericalismo y debaten acaloradamente en las tribunas de la Academia y las cámaras del Congreso. Adelantado y demoledor accionar juvenil que desembocaría en un auténtico paradigma intelectual.23
Entre las dos generaciones de la corriente positivista, que prosiguieron a la encabezada por Ernst y Villavicencio, se destacaron multitud de historiadores, naturalistas, médicos y políticos como Laureano Vallenilla Lanz, Lisandro Alvarado, Pedro Manuel Arcaya, Julio César Salas, César Zumeta, Diego Carbonell, entre muchos otros.24 Uno de aquellos jóvenes estudiantes de la segunda generación, que pasaría a la historia de Venezuela como uno de los más grandes representantes del pensamiento positivista, el Doctor José Gil Fortoul, afirmaría lo siguiente sobre la naturaleza cientificista de este movimiento:
Era indispensable la evolución radicalísima promovida por la doctrina transformista en las ciencias biológicas para que el estudio del hombre, de los grupos étnicos y de los fenómenos sociales adquiriese un carácter positivo. La unidad del método se impone hoy en todo el conjunto de nuestros conocimientos. [. . .] Hasta ahora la historia se consideraba como simple crónica de los hechos más ruidosos y biografías de hombres más notables [. . .] y esto en cuanto al relato de los sucesos; que si nos elevamos a apreciar las leyes determinantes de la evolución general, notamos enseguida que falta la explicación exacta de las causas y su manera de obrar para producir las resultantes aparentes. Pero la crítica hace hoy en la historia el mismo trabajo analítico con que logró fundar las otras ciencias.25
— José Gil Fortoul
En el marco histórico de la dirección nacional de Antonio Guzmán Blanco, coincide el auge del positivismo con la consolidación de las autocracias ilustradas, no solo en Venezuela, sino en toda la América Hispana. Y es de este enfrentamiento entre el juvenil ánimo iconoclasta, reformador y democrático con el orden político del despotismo bárbaro que se produce una nueva iteración del examen introspectivo de la sociedad venezolana desde sus orígenes. De naturaleza pesimista, brotan los intentos por comprender la formación de la nacionalidad venezolana y el fenómeno caudillista que ha caracterizado la historia política del país tras su Independencia, periodo calificado como el feudalismo de nuestra historia. Del determinismo se empiezan a elaborar las ideas que en décadas futuras buscará constatar la corriente positivista: la constitución orgánica de la nación y el gendarme necesario. «Orden y progreso» será la consigna en esta nueva etapa de su vida.26 Durante los primeros años de gobierno de Cipriano Castro, mientras se encontraba recluido en un cuartel, Laureano Vallenilla Lanz perspicazmente afirmaría:
De allí que en Venezuela nadie crea ya ni nadie busque en la proclamación de principios políticos la salvación de nuestra Patria [. . .] ni cuantas avanzadas teorías de gobierno hemos llevado a la Constitución, no para aplicarlas, sino para desacreditarlas en la práctica, educados bajo el despotismo, muelle de la Colonia, y bajo el despotismo bárbaro de los gobiernos militares, los hábitos de esa educación nuestra de enseñorear, por sobre nuestras ilusiones de republicanos federales y demócratas.27
— Laureano Vallenilla Lanz
Elaborado este modesto esbozo sobre el crítico germen renovador del positivismo venezolano de finales del siglo XIX, uno que nutrirá de vitalidad desafiante la futura obra de Alberto Adriani, nos disponemos a realizar un bosquejo, bajo los principios de esta corriente, del carácter que personifica la estirpe italiana de la que desciende el ilustre economista.
Sobre el carácter italiano
Las riberas del Mediterráneo, el gran mar de la civilización «que llevó sobre sus aguas la mas bella cosa del mundo: el genio griego, y la más grande: la paz romana»; en donde, según la frase de D’Annunzio: «Grecia reveló la belleza, Roma la justicia y Judea la santidad».28
— Alberto Adriani
En el italiano se hacen presente los incesantes ecos de la antigüedad romana, pueblo agricultor y a su vez militar. Del labrado de la tierra se fijan con suma firmeza las costumbres y la cotidianeidad de las relaciones sociales. El hombre agrícola es paciente, austero y previsorio: sus virtudes se cultivan alrededor de la actividad rural, en estrecha relación a la lejana cosecha de sus frutos, sus capacidades administrativas son prueba de un pensamiento tan económico como juicioso. El rasgo militar cobra presencia en el a veces colérico temperamento italiano, que es producto directo de una voluntad enérgica e impulsiva. Una que no encuentra límites a su fuerza, que no se detiene tímidamente ante el desafío o el deseo. El genio creador, puente entre ambos caracteres divergentes, compuesto por una fría y metódica razón y una imaginación intensa, esboza el perfil de los antiguos juristas y estadistas de Roma, de personalidad conservadora y prudente. Esta mezcla de caracteres atávicos tan particular da como resultado una sociedad donde convergen el hombre rural, el jurídico y el militar: agricultores, legisladores y soldados conceden por igual una parte de sí para conformar la idiosincrasia del italiano.29
Petrificadas en la historia las ruinas del foro, del coliseo, del panteón tras la caída de Roma, su espíritu de conquista universal fue heredado por la Iglesia Católica. Velo protector de la latinidad, la Iglesia tuvo un rol decisivo en la formación del pueblo italiano, con el reordenamiento de su sociedad tras el declive romano y la anárquica simbiosis de ingredientes foráneos producto de las invasiones, dieron paso al cultivo de una conciencia colectiva cuya cima civilizacional fue el Renacimiento y sus invaluables hallazgos en las humanidades y las ciencias. Holísticamente, es de esta síntesis entre la tradición cristiana, la política de Roma y el genio científico la génesis del espíritu italiano. El genio proteico, la tenacidad de gobernar, la austeridad del trabajo, el temperamento colérico y la impulsividad pasional son expresiones de este mismo espíritu.30 Como lo afirmaría el sociólogo francés Alfred Fouillée:
En el italiano la sensación presente adquiere una finura extraordinaria; llega al último trance repentinamente; pero sus pasiones, como las del romano, como las de los hombres del Renacimiento, no son sólo bruscas, sino también concentradas. Por intensas que entonces sean, saben contenerse por reflexión, formar cálculo en provecho de su futura satisfacción. El italiano ofrece la admirable combinación de una razón fría y positiva, con el ardor del temperamento, de un sentido intelectual del orden.31
— Alfred Fouillée
Esta breve reseña del carácter italiano será un punto de partida para comprender la obra de Alberto Adriani. Con cuanta lucidez su amigo Arturo Uslar Pietri perfilaba los cimientos de su personalidad política cuando escribía:
Tenía una idea romana de la autoridad. De su raza italiana le venía, con el gusto hondo por la política, el culto del Estado fuerte. No concebía que pudiera haber ningún derecho contra el de la colectividad representada en el Estado, pero tampoco concebía el Estado como un instrumento de dominación al servicio de un hombre o de una clase, sino al servicio de la mayoría nacional.
[. . .] Era de la raza de los fundadores de imperios, de esos hombres que viven para transformar y multiplicar la vida circunstante.32
— Arturo Uslar Pietri
Un siglo XIX de dominación extranjera, de guerras intestinas y antagonismo clerical exaltaron intensamente, con todas sus virtudes y defectos, las pasiones y el patriotismo italiano. La Italia era «menos tangible, pero no menos vibrante e intensa, que cuando tomó color y contornos en el mapa de las naciones», a la expresión de José Enrique Rodó.33 Establecidos los cimientos políticos de la nación italiana y consolidando su plena unidad en el complejo panorama europeo de finales de siglo, persistió esta exaltación de su carácter en un periodo de agravada inestabilidad.34
Italia en la época de los fundadores
El polémico arresto de Giuseppe Garibaldi, la conquista de los Estados Pontificios y la enemistad con el clero, la alianza militar con Prusia, las contiendas bélicas contra Austria, la latente amenaza de Francia, la anexión de Roma y Venecia al Reino y la convivencia antagónica de los partidos históricos son algunos sucesos que componen el complejo panorama nacional de Italia entre el Risorgimento y la unificación plena de sus territorios. Los partidos de la derecha y la izquierda histórica debatían acaloradamente los medios propicios para dirigir al país en la imperante industrialización que acontecía por el mundo. La transformación desenfrenada de la vida rural y las hostilidades de carácter político empujan a miles de italianos al exilio.35
Novedosas fuentes de energía se hacen presentes, la electricidad y el petróleo son la sangre que bombea vitalidad a la maquinaria industrial que permiten el funcionamiento de los estados modernos. El establecimiento de nuevas vías férreas y marítimas reducen drásticamente las distancias entre naciones. Las vibrantes y disolventes repercusiones políticas y económicas del comercio internacional obligan a los estados a ejercer su política exterior como factor fundamental en su organización interna.
A ambos lados del Atlántico acaece una profunda crisis agrícola e industrial que arrastra consigo un drástico estancamiento económico. En las urbes insurgen los movimientos obreros por la agitación de las organizaciones socialistas que protestan ante el precario estado de la industria y las condiciones laborales. Conocida como la época de los fundadores, esta crisis económica se originó de múltiples factores encausados bruscamente: El nacimiento de Alemania, la caída del Segundo Imperio Francés, el quiebre de la Bolsa de Viena, el desbalance de poder productivo entre las naciones europeas, el estallido de la burbuja especulativa de la industria ferroviaria del Reino Unido, Alemania y los Estados Unidos y la posterior desmonetización de la plata en estos últimos dos países en primacía del patrón oro.36
A finales de 1873, un rígido proteccionismo se convertía en la norma para Italia, como para el resto de Europa, para resguardar el bienestar de sus industrias. Esfuerzos nobles pero insuficientes. Para Italia faltarían aún varias décadas para que parlamento y gobierno mediten y debatan las medidas necesarias para superar los estragos de la crisis. Mientras dictaminan los políticos, miles de familias italianas sufren los embates de la miseria. Sin otra opción, más de dos millones de italianos deciden emigrar para encontrar un nuevo destino al otro lado del Atlántico, siendo sus principales destinos los Estados Unidos, Argentina, Brasil y Venezuela.37
Pero pese a todo el caótico acontecer de Italia desde su fundación, la familia Adriani aún persiste en las labores de la agricultura, el comercio marítimo y la elaboración de vinos en su nativa Elba. El matrimonio de Marco Adriani y Marianna Barsalini había formado un hogar por medio de la virtud, en donde se practicaba con profundo fervor la fe católica. En sus hijos Giuseppe, Venancio Ventura, Domenico y María Giovanna habían cultivado una decidida voluntad por el trabajo. Hecho evidenciado cuando a temprana edad los hermanos se suman a las tareas del campo.
Para finales de 1880, han pasado ya los años de la niñez y ahora la familia sobrelleva austeramente la abrumadora crisis económica que aflige a Italia. Giuseppe Adriani se despide de sus hermanos Venancio Ventura y Domenico quienes apuestan por la emigración para encontrar una mejor vida. Antes de su partida, Venancio celebró su matrimonio con Emilia Segnini Battaglini y parte junto a ella y Domenico hacia América, al otro lado del Atlántico.38
En la ausencia de sus hermanos mayores, nuevas responsabilidades recaen sobre Giuseppe quien ahora debe velar por el bienestar del emprendimiento familiar. Esta circunstancia, lejos de arredrarlo, forja en él un carácter responsable y atento, afina sus capacidades para la administración y el comercio. Junto a su padre Marco Antonio se empeña en el cultivo de los viñedos. Cada varias semanas lo acompaña en los viajes que emprende entre Elba y la Toscana para comercializar los frutos de su trabajo. Y es en uno de esos viajes a Pisa, capital de Toscana, donde Giuseppe conoce al amor de toda su vida, María Mazzei, una bondadosa y muy religiosa joven cuya familia era oriunda de la ciudad.
Elba, pequeño archipiélago reconocido célebremente por sus vinos, su tierra fértil posee características propicias para la vinicultura. Allí, desde que lo previeron los etruscos y lo perpetuaron los romanos, se cultiva una especie de uva tinta, oriunda de las costas del mar Tirreno, conocida como Aleático y que le da nombre al famoso vino homónimo.39
En su tiempo de pequeño rey de Elba, Napoleón emprendió un renovador proyecto vitivinícola desde su residencia en San Martino que dio un fuerte impulso a la producción y comercialización de la uva. Las llanuras y colinas de la isla quedaron permanentemente moldeadas por la fundación de millones de viñedos:40 desde entonces centenares de familias, como los Adriani, se dedicarían al cultivo de la vid y la elaboración de vinos. Esta tradición se convirtió en la principal actividad de la que Elba depende casi entero su sustento. Y, aunque existían otros rubros, no eran lo suficientemente destacados para garantizar el bienestar y la prosperidad: no habían los medios necesarios que permitiesen la diversificación de las actividades económicas. Hecho que vaticinaba un ruinoso devenir para la isla.
Sobre las campiñas de Europa se cierne el desastre de un mal desconocido. La industria vitinícola de Francia, Suiza, España, Gran Bretaña, Austria e Italia es consumida por una plaga proveniente de los Estados Unidos: la Phylloxera vastatrix, una especie de insectos que se alimentan de las raíces de la vid. Un enjambre de estos parásitos apareció por primera vez en varios viñedos de Francia en las regiones costeras de la Gironda y las Bocas del Ródano en 1866. Pero ya para 1869, la plaga se había diseminado sin control alguno, reduciendo a ruinas las plantaciones de las campiñas francesas.41 Esta especie de parásitos se trasladaban fácilmente a través de la importación de vides infectadas. La primera medida aplicada por las asociaciones de agricultores italianos fue prohibir la adquisición de ejemplares procedentes de zonas infectadas, pero sin mucho éxito. Ya para 1874 la plaga se había extendido irremediablemente por Italia.42 La funesta influencia de la filoxera alcanzó a los viñedos elbanos a finales de 1880.43
Muchos fueron los fallidos intentos llevados a cabo en Italia para combatir la plaga,44 inclusive adoptando medidas excéntricas importadas de otros países sin resultados positivos.45 Las supersticiones de los agricultores y la imposibilidad de científicos y técnicos de comprender y diseñar remedios efectivos contra la filoxera hundieron en una honda incertidumbre a los miles de italianos que ya no tenían los medios para llevar el pan a sus mesas.46 No fue sino hasta 1920 que, con la implantación de injertos de vides traídas desde los Estados Unidos en los viñedos europeos, se subsanó la crisis provocada por la filoxera.47
Maltrechos por la catástrofe, miles de familias elbanas se sumaron a los ya millones de italianos que se habían lanzado hacia América en la aventura de la emigración a mediados de 1870.48
Durante todo un siglo recogemos las noticias de las familias italianas que formaron en Venezuela su nuevo hogar: Spinetti, della Chiesa, Braschi, Fossi, Segnini, Burelli, Berti, Valeri, Sardi, Anselmi, Massini, Dini, Baroni, Poggioli, Ripanti, Berti, Caputti, Carnevali, Ferrigni, Gelsi, Lupi, Mauriello, Mibelli, Murzi, Paolini, Pardi, Parilli, Spósito, entre muchos otros por solo mencionar aquellos provenientes de la isla de Elba.49 Destacan entre los nombres de aquellos migrantes los de una joven pareja que recién había contraído matrimonio el 6 de octubre de 1892: Giuseppe Antonio Adriani Barsalini y su esposa María Caterina Mazzei Marchiani.
Una travesía desde la isla de Elba
En aquellos días de austeridad de 1892, María Mazzei y su familia reciben la visita de un tío suyo, quien tiempo atrás había emigrado hacia América y se encontraba de paso por Pisa. El tío anima a sus sobrinos a viajar con él hacia la República Argentina, en donde se había convertido en un potentado agricultor gracias a las oportunidades que el estado argentino ofrecía para que los migrantes europeos pudiesen adquirir tierras y posteriormente fundasen nuevos centros agrícolas e industrias.50
Para una patria que había atravesado por la anarquía fratricida de los caudillos y la tenaz dictadura de Juan Manuel de Rosas, el nuevo estado argentino estaba poniendo en práctica los postulados de Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento para la fundación de la República Argentina. El poblamiento de sus extensos territorios con el impulso vigoroso de la inmigración europea era uno de estos ilustres propósitos. Bien lo había sintetizado Alberdi en su célebre expresión:
Gobernar es poblar en el sentido que poblar es educar, mejorar, civilizar, enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente. [. . .] Poblar es enriquecer cuando se puebla con gente inteligente en la industria y habituada al trabajo que produce y enriquece. Poblar es civilizar cuando se puebla con gente civilizada, es decir, con pobladores de la Europa civilizada.51
— Juan Bautista Alberdi
Con los ánimos de su tío, María empieza a considerar emigrar para ver realizada aquella promesa de una nueva vida en la Argentina.
Por su parte, Giuseppe recibe en Elba las noticias de sus hermanos Venancio Ventura y Domenico, quienes hace casi diez años habían viajado hacia Venezuela, un cautivador país a costas del Mar Caribe, en donde existía una pequeña pero considerable comunidad italiana. Ambos hermanos se habían establecido en el poblado cafetalero de San Simón, al norte de la Sección Táchira, gracias a la asistencia de una señora elbana de apellido Battaglini. Su hija Emilia Segnini se había casado con Venancio poco antes de partir de Elba. Para 1893, el feliz matrimonio había procreado a tres retoños: Elvira Catalina, José Domingo y Juan Antonio Adriani Segnini.52 Los hermanos le hablan en carta a Giuseppe sobre la vida en las montañas tachirenses, muy reminiscentes a las de su viejo hogar en Poggio, y las oportunidades que germinaban para los inmigrantes italianos en aquel apartado país.
Reunidos otra vez en Elba, la joven pareja sopesa la idea de cruzar el mundo para encontrar un nuevo porvenir en América. Giuseppe Adriani, quien para entonces contaba los veinticinco años de edad, y María Mazzei, de diecinueve años de edad, conversan acaloradamente sobre las promesas y desafíos que les aguardan al otro lado del Atlántico. Sus opiniones divergen, María anhela migrar a la Argentina, allí en las gratas provincias de las que hablaba su tío, mientras que Giuseppe prefiere establecerse en Venezuela, para estar junto a sus hermanos. Tras varias horas ambos llegan a un acuerdo, ambos deciden viajar hacia Argentina, pero harían una escala en Táchira para visitar a Venancio y Domenico. Frente a toda incertidumbre, la pareja hace los preparativos para lanzarse en la aventura ultramarina hacia Venezuela.
Giuseppe y María vivían entonces en Poggio, un modesto pueblo compuesto de casas de cándidas paredes y tejados añejos en las faldas del monte Capanne. El día de su viaje, Giuseppe se despide emotivamente de su hermana María Giovanna y sus padres Marco y Marianna, quienes se encargarían del emprendimiento familiar en su ausencia.
Con tan solo sus maletas y un austero ahorro, la pareja de elbanos descienden del montañoso poblado, rodeado de castaños y acebos, hasta llegar a Portoferraio, la capital y principal puerto de la isla. De allí se embarcan hacia el norte de Italia, primero haciendo una escala en Piombino, en la Toscana. Surcando las aguas del mar de Liguria arriban a Génova, avivada ciudad portuaria y principal sede de las líneas trasatlánticas del Reino de Italia.
Génova, reliquia del Mediterráneo, es también a finales del siglo XIX valioso vínculo marítimo e histórico entre Italia y América. La ciudad fue pionera con la instauración de la primera compañía italiana de vapores trasatlánticos, conocida como la Compagnia Transatlantica, fundada en octubre de 1852. Pero esta conexión data desde hace muchos siglos atrás en el tiempo. Entre las eminentes figuras de las ciencias y las humanidades que dio Liguria al mundo, destaca con una incalculable trascendencia la figura de Cristóbal Colón, hombre del Renacimiento y símbolo de una simiente latina que con ilustre determinación se antepone al vasto desafío de lo desconocido, que iluminó sobre un mundo aun por descubrir el preludio de nuestra historia moderna: el encuentro entre el Viejo y el Nuevo Mundo un 12 de octubre de 1492.53
Hombre eximio cuyo origen se encuentra rodeado del más nebuloso misticismo, Cristóbal Colón nació como un sencillo hijo de tejedores, entre las fronteras de la República de Génova, fue vecino de queseros y zapateros. Su temprana existencia de austeridad y trabajo en los valles a cara del Mar de Liguria y su profundo fervor católico, fueron los cimientos sólidos de su vida, una llena de aventuras y expediciones. Vida cuyo cúspide fue el más alto hallazgo humano, el amanecer de un Nuevo Mundo hasta entonces desconocido. De este seísmo renovador, en el mundo occidental brotaba «toda una nueva visión del hombre y su destino».54 Fue el legado de Colón el legado de toda una estirpe.
Y, a 400 años desde el descubrimiento, en el marco del gran sueño metropolitano genovés, acontecen las celebraciones colombianas de la Exposición Ítalo-Americana. Jubilosos por el gran aniversario, las calles de la histórica ciudad portuaria de Génova se encontraba en los inicios de un proceso de renovación industrial y urbanística.55
Giuseppe y María se trasladaban a lo largo de los populosos puertos de Génova en su búsqueda por abordar una embarcación con dirección al mar Caribe. Para entonces aún no existían líneas de conexión directa entre Génova y Venezuela. El contacto solo era posible a través de las embarcaciones de las compañías trasatlánticas que usualmente realizaban escalas en los principales puertos venezolanos como Maracaibo, Cumaná o La Guaira.56
Es a finales de octubre de 1892 que la pareja Adriani Mazzei suben a bordo del buque Ferdinand Lesseps con destino a la República de Chile. En su periplo sobre el océano Atlántico, Giuseppe y María conocen a Alejandro Sardi y Angélica Alpina, un encantador matrimonio de inmigrantes italianos que tras un viaje por el norte de Italia iban de regreso a su hogar en Zea, Mérida. Angélica era una hermosa dama muy querida por los zedeños gracias a su cautivante don para cantar ópera. Su esposo, Don Alejandro, era alguien bastante reconocido por su entusiasmo en la realización de obras públicas y su bonachona participación en las tradiciones y festividades de la localidad. Tenía la fama de haber sido la persona que llevó el primer gramófono de tubo de cera al poblado merideño, donde podía reproducir la apasionante voz de su esposa cantando el Ave María de Franz Schubert.57 Durante el viaje, el matrimonio Sardi compartió entrañablemente con Giuseppe y María la historia de su vida en Venezuela, sembrando en la pareja de elbanos un genuino interés por aquel rústico pero jubiloso poblado montañés llamado Zea.
Los Adriani Mazzei y muchas otras familias italianas reafirmaban, 400 años después desde el descubrimiento, el obsequio de su estirpe, cuyo arraigo y esfuerzo fue el inicio de una nueva etapa de prosperidad para la América. Gentes laboriosas e ilustres, ansiosas por arribar a nuevas playas para edificar grandes empresas, de constituir una parte activa en la vida de las naciones que los recibieron con los brazos abiertos.
La historia de sus antepasados, el legado que encarna su suelo y el gran periplo ultramarino de sus padres no pasó desapercibido para Alberto Adriani en la concepción de su obra. Bien lo denotaba con acierto su entrañable amigo Mariano Picón-Salas:
Mirar la naturaleza venezolana; sentirla en su inmensidad, en su potencialidad cargada de futuro, era para mí una manera de homenaje a la memoria de Alberto Adriani. Él tenía —como uno de los signos más constantes de su rico temperamento— aquel instinto geográfico de sus ancestrales marinos ligures, los que navegan y visitan tierras desde la más remota antigüedad europea; los que llegaron a la legendaria corte del gran Kan, los que en los comienzos de la época moderna levantaron los mapas de los nuevos orbes descubiertos y orientaron la ciencia renacentista al más cabal dominio de la naturaleza.58
— Mariano Picón-Salas
Vida agrícola y bélica de Venezuela
El buque Ferdinand Lesseps navega a través del Mar Caribe, colindando entre las islas y las playas que conforman el litoral venezolano, hasta alcanzar el Golfo de Venezuela, la puerta al Lago de Maracaibo, un floreciente mediterráneo tropical que se encuentra envuelto por una prominente herradura de sierras que emergen desde la Cordillera de Mérida. A su cuenca se encausan las aguas del Caribe y los centenares ríos que interconectan y revitalizan el comercio del occidente venezolano.59 El buque navega por el gigante azul hasta arribar a los puertos de la ciudad de Maracaibo el 7 de diciembre de 1892.60
Ya asentados en suelo venezolano, ambas parejas se despiden para continuar cada una por su camino. Alejandro y Angélica aconsejan a los elbanos sobre la ruta que debían tomar a partir de ahora para poder llegar hasta San Simón. La pareja debía ahora embarcarse en un navío hacia el sur del lago hasta alcanzar el piedemonte andino y desde allí ascender a lomo de mula por la cordillera hasta alcanzar la antigua ciudad de La Grita. Un viaje que no sería nada fácil debido a la precaria y farragosa situación en la que se encontraban las vías de comunicación nacionales. Por el momento, Giuseppe y María tendrán que asentarse unos cuantos días para tomar la próxima embarcación que zarpará hacia Encontrados. Tiempo en el que conocerán más de cerca la situación nacional de Venezuela y la comunidad italiana establecida en el país. Sobre ellos, Mariano Picón-Salas evocaba en sus memorias de juventud:
Los adelantados de la inmigración italiana en Venezuela fueron aquellos toscanos y ligures —de Livorno de la isla de Elba, de todo el litoral genovés— que en las décadas que siguieron al gobierno de Páez llegaban en barcos de vela, cargados de aceite, vinos, cristales y sederías hasta el siempre bullicioso Maracaibo y a veces, tramontaban la cordillera, para establecerse en Mérida, Escuque, Boconó, La Grita, San Cristóbal. Aunque vinieran de la más internada aldea sabían de memoria tercetos dantescos y habían leído “I Promessi Sposi”. Entre los que se fijaron en Mérida fué siempre importante el grupo de los “elbanos”. Los nombres y pequeños puertos de aquella isla como Portoferraio y Marciana Marina nos eran toponímicamente tan familiares como Betijoque o Mucuchachí.61
— Mariano Picón-Salas
En aquel entonces varios censos realizados por autoridades italianas y venezolanas estimaban que el tamaño de la comunidad de inmigrantes se conformaba de 43.000 personas, siendo italianos un aproximado de 3.000 o 3.200.62 Una porción considerable de estos emigrantes se encontraban repartidos en las principales urbes cercanas al Caribe como Maracaibo, Caracas y Valencia. Muchos se dedicaban al comercio de productos agrícolas del suelo venezolano y otros más al cultivo de estos en la región de los Andes, un destino de gran interés para los inmigrantes europeos que arribarían a Venezuela en próximos años. El doctor Antonio Franceschini en sus Estudios sobre la expansión colonial transatlántica de la emigración italiana nos cuenta con detalle el estado de aquel pequeño grupo de italianos que afirmaba su presencia en tierras venezolanas:
En Maracaibo, donde suelen dirigirse quienes emigran a Venezuela, la colonia italiana era un poco más densa. De Maracaibo nuestros compatriotas se dirigieron en su mayoría a los estados de Trujillo, Mérida y Táchira, algunos otros al de Barinas. Al principio, las manufacturas eran comerciadas, traídas de Maracaibo y Saint Thomas o importadas directamente de Europa. Posteriormente, instalándose en los distintos pueblos, se dedicaron al comercio de los riquísimos productos autóctonos del azúcar, cacao, café, principales riquezas del país, y luego vendían estos productos en la plaza de Maracaibo, desde donde eran embarcados a Europa.
Muchos de estos comerciantes nuestros eran originarios de la isla de Elba. De hecho, desde tiempos remotos estos elbanos practicaron en los Estados de Venezuela los primeros emigrantes, habiendo logrado acumular algunas ganancias, se repatriaron unos años más tarde para ser sustituidos por otros compatriotas, promoviendo así una pequeña corriente de emigración e inmigración.
El compromiso de estos pequeños comerciantes de la isla de Elba está atestiguado por el crédito que gozaban con las casas comerciales de Maracaibo, que les confiaba grandes sumas de bienes al cabo de un año, y luego les suministraban, también a crédito, el mismo plazo.63
— Antonio Franceschini
Con acertada observación el autor también señala cuales fueron las principales causas del fracaso de los proyectos de inmigración europea dirigidas por el gobierno nacional durante el siglo XIX:
Nuestra inmigración a Venezuela siempre fue pequeña, a pesar de la inmensidad de los territorios ocupados, por diversas razones políticas y económicas. Venezuela fue siempre un Estado revolucionario y en quiebra; por lo que casi nunca benefició la seguridad de la propiedad y la reactivación agrícola y comercial, que la misma situación geográfica de esta República podía garantizar con la paz interior y exterior del país.
Por otra parte, la absoluta falta de vías de comunicación que conecten el inmenso campo interno con la costa, la caricia misma de la mano de obra, dependiente de la hostilidad del elemento indígena hacia el trabajador extranjero y su pereza, constituyen un obstáculo inmanente para el éxito de las empresas agrícolas.
De hecho, el nativo no se siente impulsado a trabajar por esa lucha por la vida, que sienten con más fuerza los italianos, especialmente en las regiones del norte; de hecho, favorecido por la clemencia del clima, vive en las primitivas chozas de tierra y paja, alimentándose aún de plátanos, frijoles negros, pan de arepa y café con papelón.64
— Antonio Franceschini
La llegada de Giuseppe y María a Maracaibo coincidió con el triunfo de Joaquín Crespo, audaz caudillo aragüeño y gran exponente del Liberalismo Amarillo, en su Revolución Legalista. Concluida el 6 de octubre de 1892, se trató de una insurrección militar en contra del movimiento continuista, justificado con el pretexto de una reforma constitucional, del hasta entonces presidente Raimundo Andueza Palacio.65
Derribada la calificada ilegalidad con las lanzas de la barbarie, el segundo mandato de Crespo topó con la fragmentación interna del Liberalismo Amarillo, el partido hegemónico de la actual política venezolana, y una gravísima situación financiera, la ruina de las industrias venezolanas y el incremento oneroso de la deuda externa, producto de los consecutivos conflictos intestinos que azotaban al país desde la Guerra Federal.
La sanción de una nueva constitución en 1893 convertiría a Crespo en jefe de facto de la República, y aprobaría aumentar en cuatro años el periodo presidencial. La reforma que había servido de excusa para otra guerra civil era recién aprobada por el bando vencedor. Eran los intereses sectarios y las disputas personalistas la brújula única que guiaba el accionar de los partidos.66
Pero lejos de ser inconsciente de la naturaleza de los partidos políticos y sus miembros, Joaquín Crespo se desenvolvió astutamente para edificar un agudo equilibrio en donde preponderaba su voluntad como máximo director de los asuntos nacionales y que, al tiempo, se sostenía sobre el favor popular. Fue reestablecida la libertad de prensa, se instauró el voto universal y se acataron las exigencias del clamor público para remover o incorporar figuras al gobierno; pero el liderazgo de Crespo era invulnerable en cualquiera de estos campos, limitando la presencia y el espacio de acción de congresistas y figuras de la oposición. Con todos los medios a su disposición el caudillo aragüeño trata de reordenar la hacienda nacional y de cumplir con las exigentes deudas contraídas. Una especie original de régimen político que César Zumeta llegó a bautizar tempranamente como «cesarismo plebiscitario». Un régimen que se vería rodeado por el rencor de las sectas que ahora eran apartadas del poder.67
Como en la natal Italia de sus padres, Alberto Adriani observó décadas más tarde cómo la nefasta influencia de ideólogos, partidistas y literatos habían conducido a Venezuela hacia la peor de las catástrofes. A su manera de ver, los principios y planteamientos ideológicos imperaban con el fin de disfrazar de legalidad intereses sectarios y que, con su presencia egoísta y perniciosa, entorpecían el ejercicio de una política efectiva, de naturaleza emprendedora, que enrumbase a la nación por las vías del desarrollo pleno y el bienestar colectivo.
Después de la declaración de Independencia se trataba de conservar las libertades recién adquiridas, de organizar el país para la defensa contra las fuerzas reaccionarias. Pero prevalecieron nuestros ingenuos ideólogos tropicales, que se dedicaron exclusivamente al oficio de elaborar una constitución perfecta, con federalismo y demás impedimenta. Innecesario referir que estos ideólogos no supieron hacer la guerra y como la reacción triunfante acabó con esa República perfecta y absurda acabó con muchos de los ideólogos que la habían formulado, y dejó un país menos preparado para establecer el Estado que era posible y realizable, si estos ideólogos no hubieran estorbado su establecimiento.
El periodo que precedió a la Guerra de la Federación es un momento interesante en la historia de nuestra nacionalidad. Existía un visible descontento, que era la obra de factores de orden económico y social, y que hubiera podido disiparse si se hubieran afrontado con coraje los problemas que envolvía. Pero no fue así. Nuestros ideólogos volvieron a prevalecer, y plantearon la lucha en forma incorrecta y tal vez hipócrita. El país se lanzó a la guerra sobre una plataforma solamente política: centralismo o federación. Triunfó la Federación porque entre sus huestes había un caudillo y no porque triunfó la Federación. Se le puso al país la etiqueta federal, sin que el pueblo sintiera la tentación de averiguar todo el contrabando que cubría esa etiqueta, porque, arruinado y desangrado, solo se interesaba en la pronta terminación de la lucha. El «Dios y Federación», con que en adelante iban a terminar las notas oficiales, era el único consuelo que le quedaba a nuestros ideólogos, pues el régimen triunfante no traía en su bagaje la solución de ninguno de los problemas económicos y sociales que estaban sobre el tapete cuando se desató el insanable conflicto.68
— Alberto Adriani
Las guerras civiles provocaron la casi extinción de las haciendas ganaderas ubicadas entre la región de los Llanos y las proximidades de la Cordillera Central. La anarquía acarrea consigo la ruina fiscal, el endeudamiento externo y el desmembramiento de los hatos. La clase media y la industria nacional, al borde del colapso, depende su trabajo en las casas comerciales ubicadas en Caracas, eje político y mercantil de Venezuela; Maracaibo, notable puerto de comercialización de los productos agrícolas de la región de los Andes; o Ciudad Bolívar, centro de acaudalada explotación minera y exportación de materias primas.69
Venezuela contaba con apenas un aproximado de 2.323.000 habitantes,70 que se encontraban repartidos desequilibradamente, pues más del 80% de la población estaba asentada entre pueblos, aldeas y plantaciones; restando los demás para los centros urbanos. Del mismo modo, un 80% eran los habitantes dedicados enteramente a las actividades agrícolas, el 19% al comercio, la artesanía y la pequeña industria; y tan solo 1% en calidad de ser propietarios de la tierra.71 La economía venezolana era de carácter prominentemente agrícola, pero de técnica y escala pobre, que dependía del comercio exportador.
Los Andes y la Guayana toman mayor preponderancia en la vida económica nacional, pues el incendio de la guerra no arrasó con sus sociedades, dando paso al establecimiento de activos centros productivos que suplían las demandas de mercados internacionales: La agricultura desempeñada por productores nacionales en la región andina y la minería extractiva dirigida principalmente por compañías extranjeras en la Guayana.72 El desarrollo humano a través de estos modelos económicos divergentes, en ambas regiones situadas a los extremos fronterizos de Venezuela, será un tópico de alto interés para el futuro cercano de Venezuela. Por el momento concentraremos nuestra especial atención en la región occidental.
El entonces Gran Estado Los Andes, conformado por las secciones de Táchira, Trujillo y Mérida (Guzmán para la época), se encontraba escasamente enlazado con la región capital, pero asoma con mayor alcance a otros destinos dentro y fuera de Venezuela. La producción de café, principal rubro de exportación, permite a estas provincias tejer enlaces de comercio, comunicación e inmigración con ciudades como Pamplona, Bogotá, Nueva York, Génova, Hamburgo y Bremen por medio de las casas comerciales nacionales, alemanas e italianas que se asentaron principalmente en la ciudad de Maracaibo, puerto predilecto por donde se canalizaban las fuerzas económicas del occidente venezolano.73
Maracaibo de antaño
La posición de este lago al extremo occidental de Venezuela y en las puertas, por decirlo así, de la Nueva Granada; sus costas fértiles y abundantes; sus ríos caudalosos y ricos de preciosas maderas; todo, en fin, hace que Maracaibo esté llamado a ser uno de los puntos más florecientes del comercio nacional.74
— Agustín Codazzi
Giuseppe y María paseaban por las cálidas calles de la ciudad de Maracaibo en la búsqueda por encontrar el camino que los llevaría hasta el Táchira. En aquellos años añejos, la ciudad gozaba de una etapa de prosperidad producto del activo rol mercantil que desempeñaba como principal puerto del comercio agrícola. Para la fecha a través de Maracaibo transitaba hasta el 29% de las exportaciones de café a nivel nacional.75
Aquellos puertos en los que trabajaban y participaban hombres de todas las razas y entornos, en la armonía tradicional de las contradanzas y los bambucos, las alegres plazas caracterizadas por el trato ameno, el floreciente desarrollo en materia de educación y la prosperidad del comercio eran reflejo de una sociedad naciente: un farol de modernidad y civismo para las provincias venezolanas limítrofes y la vecina Nueva Granada.76 La expansión urbanística de la capital le permitió ser promotora de nuevas industrias. El dinamismo mercantil de sus plazas y puertos fueron factor decisivo para la fundación del Banco de Maracaibo, entidad financiera privada pionera en Venezuela, y el establecimiento de nuevas casas comerciales con mayores capacidades mercantiles. La ciudad también empezó a experimentar un proceso de modernización orgánico con la fundación de la Maracaibo Electric Light Company, la instalación de alumbrado eléctrico en 1888 y la inauguración de nuevas líneas de tranvías desde 1884. Se fundaron importantes centros educativos y culturales como la Universidad del Zulia para 1891. Pasa a ser Maracaibo un centro impulsor del progreso del occidente venezolano, las provincias aledañas experimentarán también los efectos de este floreciente proceso de modernización en todos los ámbitos de sus sociedades.77
A finales del siglo XIX las casas comerciales europeas ejercían un rol mercantil preponderante como vínculo entre los agricultores y los puertos extranjeros. A través de sus sedes circulaba casi la totalidad de las exportaciones de productos agrícolas, especialmente el café, producidos en la cordillera andina. Por medio de sucursales, representantes y comisionistas las casas comerciales conformaban una formidable red mercantil que extendían su alcance por las regiones aledañas al Zulia, dentro y fuera de Venezuela. Las principales casas comerciales extranjeras estaban dirigidas por alemanes e italianos que se habían asentado en la ciudad de Maracaibo desde 1830, era la capital zuliana el punto de encuentro entre capitales y productores nacionales y extranjeros.78 Varias de las principales sucursales alemanas fueron la Van Dissel, la Breuer Moller & Co. y la Blohm & Co.; y otras establecidas en tierra tachirense como la Rode & Co. Sucs., la Noack, Beckmann & Co. y la Steinvorth & Co. Entre las casas italianas destacaron la Abbo & Co., la Oliva Riboli & Cía., la Fossi & Cía. y la Chiossone Bruno & Co.79
Pese todo el poder que podían amasar las casas comerciales en el ámbito mercantil, siendo distribuidoras, acreedoras y exportadoras del café venezolano; estas igualmente eran participantes activos en el impulso económico y el desarrollo regional. Entre agricultores y comerciantes se tejió una relación de naturaleza recíproca: el comerciante zuliano financia a través de préstamos a corto plazo las empresas agrarias del productor andino en la construcción, sostenimiento y modernización técnica de sus plantaciones para así asegurar un nivel productivo lo suficientemente competitivo frente a las exigencias del mercado internacional. Cabe destacar que aunque en algunas zonas del Táchira estas casas comerciales empezaron a acumular grandes extensiones de tierra en medios y grandes fundos, debido al enorme estado de despoblación; en Mérida y Trujillo nacionales e inmigrantes gozan de la plena propiedad de sus tierras.80
Tras su corta estancia en la ciudad, Giuseppe y María se embarcan en una piragua para navegar hasta la desembocadura del río Catatumbo. De allí continuaron su trayecto hacia el pueblo de Encontrados, ubicado al suroeste del Lago de Maracaibo, llamado así por ser el punto en el que convergen los ríos Catatumbo y Zulia y que funciona de enlace crucial para la circulación de la mayoría de las embarcaciones comerciales provenientes de Táchira y Mérida que van en dirección a Maracaibo.81
Desde Encontrados navegan sobre el río Zulia, escalando en Puerto Villamizar, poblado de la vecina Colombia, desde donde viran hacia el río La Grita. Entrando en tierras tachirenses, escalan por última vez en Puerto Guamas. Tras un largo viaje, Giuseppe y María finalmente desembarcan en La Fría, un pueblo a las faldas del piedemonte andino, que se encontraba expectante ante la construcción del Gran Ferrocarril del Táchira. Un gran proyecto de infraestructura emprendido por eminentes figuras nacionales que, en su máxima proyección, buscaba conectar el pueblo de Encontrados con todo el Táchira.82 Pero antes del funcionamiento de esta nueva línea ferroviaria, la rudimentaria y cenagosa vía fluvial era la ruta de transporte más eficiente entre los Andes y Maracaibo, reflejo directo de la precariedad en que se encontraban las vías de comunicación nacionales para la época.83
Rescatamos esta anécdota de aquella ruta entre el Zulia y el Táchira de las memorias de Heinrich Rode, un alemán proveniente de Hamburgo que, en 1878, llegó a Venezuela para trabajar como socio y gerente de la casa comercial Van Dissel en una de sus renombradas sucursales: la Van Dissel Rode & Co.
Tuve que esperar dos semanas para que una piragua, o pequeño velero, la Venezuela, me trasladase a Encontrados, un puerto sobre el río Catatumbo, y seguir desde allí el viaje en bongo, una especie de chalana, aguas arriba hasta Puerto Villamizar, en un trayecto de 16 días. [. . .] El trayecto fluvial fue inolvidablemente agradable, aunque difícil e incómodo. En aquel entonces el tráfico fluvial era bastante escaso y por eso se podía ver muchos caimanes, monos, papagayos, etc. De noche se escuchaban los rugidos del puma, y a otros animales.84
— Heinrich Rode
De Táchira hasta Mérida
Desde La Fría, Giuseppe y María ascienden a lomo de mulas por los empinados caminos de la vía Seboruco hasta alcanzar a la antigua ciudad del Espíritu Santo de La Grita, ciudad que guarda una sublime significancia histórica para el Táchira y que es para esta tierra un activo centro de fuerzas humanas y económicas.85 Allí la pareja de elbanos son recibidos como huéspedes por Don Giuseppe Galeazzi.86
Tocayo de Don Adriani, Giuseppe fue un renombrado comerciante y agricultor tachirense, sus padres Antonio Galeazzi y Antonia Leonardi también provenían de la isla de Elba. En aquellos años, la familia Galeazzi se caracterizó por ser eminentes impulsores del progreso regional. Participaron activamente en la apertura de nuevas vías de comunicación y el establecimiento del servicio eléctrico en los poblados de La Fría, Seboruco, La Grita y otras zonas aledañas. Padre e hijo eran también unos de los principales promotores en la construcción del Ferrocarril del Táchira, una iniciativa de verdadero espíritu nacionalista que buscaba integrar estas pujantes regiones agrícolas y encauzar sus fuerzas económicas de manera efectiva.87 En su estancia a finales de 1892, Giuseppe Galeazzi invitó a la joven pareja a conocer de cerca la sociedad tachirense y finalmente indicarles la ruta que debían proseguir para llegar hasta San Simón.
Los elbanos continúan la última parte de su travesía para alcanzar su ansiado destino. En febrero de 1893 la pareja llega a San Simón, Giuseppe se reencuentra con sus hermanos mayores, Domenico y Venancio, y les presenta a su querida esposa. María y Giuseppe acompañarán a los hermanos Adriani en sus labores diarias en su finca durante los meses que correspondería su visita. Para entonces, San Simón como otras aldeas aledañas experimentaban una etapa de floreciente desarrollo debido a la prosperidad del cultivo y comercialización del café.88 Para Giuseppe, hombre atento al que nada pasa por inadvertido, todo su viaje resultó en experiencia nutricia. Conoce de cerca la vida de los pueblos asentados el occidente de Venezuela: su carácter, sus tradiciones políticas, el ritmo de su economía, la rudimentaria técnica agrícola local y los desafíos humanos y naturales a los que se enfrentaban en aquellos tiempos remotos.
Podemos encontrar en el notable escritor tachirense Emilio Constantino Guerrero una notable semblanza del Táchira de aquellos años:
Aquellas eras y labranzas, ya surcadas por el arado para recibir las simientes, ya vestidas de esmeralda en el estío, o de dorados frutos en la estación del Can; y aquellos caminos, por donde las recuas de mulas van incesantemente llevando al no lejano puerto el producto de la labor anual; y por último, aquellas gentes industriosas y buenas, que han hecho del trabajo un ídolo, y del honor, un culto; razas vírgenes, por cuyas venas circulan fluidos impulsores á todo lo grande, y en cuyos corazones palpita —en todas sus diferentes formas— el sentimiento de lo noble y de lo bello.89
— Emilio Constantino Guerrero
Pese a un limitado contacto con la Región Capital, el Táchira, pueblo joven exponente de una raza laboriosa, se encuentra en una etapa de florecimiento. La prosperidad variable de la producción cafetera y su importantísimo aporte a la economía venezolana permite a esta provincia cobrar consciencia de su rol en el porvenir nacional. La formación de estrechos lazos entre los estados vecinos permite el poblamiento de sus vastos territorios con movimientos migratorios provenientes de Mérida, Zulia, Apure, Barinas y el Norte de Santander; e inclusive, por medio de las casas comerciales extranjeras, de distantes destinos como Elba, Córcega, Génova y Hamburgo.90 La ruina de la Guerra Federal y de otros conflictos intestinos no había incendiado la naciente sociedad tachirense, pero sus repercusiones políticas se hacen sonar.91 En la tierra de los gochos92 se suceden conflictos armados entre montoneras y caudillos representantes de los partidos históricos, batallas que forjan en los hombres un carácter militar, los despertará de su letargo e inexperiencia. Amanece así en el pueblo tachirense un incandescente anhelo colectivo: la ambición de dirigir el destino de Venezuela.93 Bien afirmaría Pío Gil en su momento:
El Táchira es de formación reciente; San Cristóbal casi puede decirse que la hemos visto crecer; [. . .] Nuestra historia está por hacer.94
— Pío Gil, seudónimo de Pedro María Morantes
Hasta hace poco la Sección Táchira había sido representada desde la gobernación, el congreso y las montoneras por un joven y fogoso líder llamado Cipriano Castro, quien había luchado en el bando continuista del expresidente Raimundo Andueza Palacio contra los insurgentes hasta la definitiva victoria de la Revolución Legalista en el centro del país. Castro y sus compañeros de armas son empujados hacia el exilio en la vecina República de Colombia. Dentro de este grupo de seguidores destacaba con cierta fuerza premonitoria el comerciante y coronel Juan Vicente Gómez. Desde el exilio Castro espera a las condiciones propicias para volver a la actuación pública en representación del Táchira.95
Ya transcurridos varios meses de trabajo cotidiano en la hacienda cafetalera de los hermanos Adriani, en mayo de 1893,96 Venancio decide reencontrarse con su esposa e hijos quienes residen en Zea, una localidad agrícola sobre la que Giuseppe y María habían escuchado anteriormente ubicada al otro lado de la frontera con Mérida, que contaba para entonces con poco más de 400 habitantes, y donde se había asentado una notable comunidad italiana.97 El hermano mayor convida a Giuseppe para que le acompañe en su viaje y este acepta. Una vez preparadas las maletas, Domenico se despide fraternalmente de sus hermanos, espera poder visitarlos pronto. La despedida también conlleva una noticia enternecedora para toda la familia: María está a la espera de un niño. La pareja y Venancio toman rumbo hacia la vecina Zea, a lomo de mulas por el rudimentario sendero que conecta a ambos pueblos.
A los pocos días Giuseppe y María se establecen en Zea, antigua aldea de Murmuquena,98 en compañía de Venancio y su familia. Los Adriani Mazzei conocen a los Adriani Segnini y entre ellos comparten las historias de sus viajes y vivencias, siempre con algún repaso nostálgico de los viejos paisajes de Italia. Conversan sobre aquellos años de incertidumbre en Europa como también el gran porvenir que les puede esperar en América. Giuseppe y María se reencuentran con sus ahora nuevos vecinos Alejandro y Angélica Sardi y conocen de cerca a los pobladores de Zea. Los hermanos Adriani se dedican al trabajo de la tierra cosechando los cafetos como en otrora los viñedos en su Elba nativa. María y Emilia comparten amenamente en el cuidado del hogar y de los retoños Elvira Catalina, José Domingo y Juan Antonio mientras que estos juegan y sueñan por las campiñas del pueblo. Así van pasando los días en aquel idílico rincón de los valles andinos.
Con la promesa de un hijo, Giuseppe y María depositan todas sus esperanzas en Venezuela y desisten de sus planes de viajar hasta la Argentina. Una íntima y pequeña decisión que cambiaría por completo el destino de toda una nación. El 16 de octubre de 1893, el hogar de Giuseppe y María es iluminado con el nacimiento del primero de sus hijos: Domingo Atiliano Adriani Mazzei. La familia arraigaba sus raíces al suelo de su nueva Patria y con vocación creadora la pareja se integraría a la vida venezolana.
El Gran Sismo de Los Andes
Inmediatamente antes, no hubo movimiento alguno que alertase a la población, la cual dormía tranquila cuando ocurrió el pavoroso sacudimiento, a las diez y cuarto de la noche, en punto, por el reloj de la torre de la Catedral de Mérida, que quedó parado, indicando dicha hora por muchos días.99
* * *
Muchos edificios vinieron al suelo y las casas, desplomadas todas, y derruidos los techos, amenazan inminente ruina. Todas las habitaciones, absolutamente todas, están no sólo inhabitables, sino próximas a caer.100
— Tulio Febres-Cordero
El 28 de abril de 1894 a las 10:15 de la noche, bajo una lluvia torrencial, empezaron las convulsiones de un devastador terremoto que sacudió violentamente a la cordillera. Calamidad que afectó todas las comarcas merideñas y cobró la vida de más de 300 personas. La fuerza del cataclismo propició el derrumbe de laderas que sepultaron poblados, valles y ríos enteros.101
Mesa Bolívar, Santa Cruz, Tovar y Zea eran para entonces un grupo de florecientes poblados que conformaban una parte fundamental en el sistema de producción y exportación del café para Mérida, pero que habían sido reducidos a un cúmulo de escombros por el terremoto.102
En aquella trágica mañana, los zedeños se levantaron de entre las ruinas de sus hogares. Giuseppe y Venancio se esfuerzan para remover los escombros para rescatar a sus seres queridos. Giuseppe encuentra entre unos rústicos muebles a una extenuada María, quién todavía sostenía entre sus brazos a su hijo Domingo. Venancio logra avistar entre los restos de una pared a su familia y recoge a su hija Elvira Catalina, a la que se aferra desoladamente, pues junto a ella se encontraban sin vida Emilia y sus hijos José y Juan Antonio. El terremoto cobró en Zea la vida de hasta sesenta y nueve personas.103
Por aquellos días lúgubres y tras la pérdida de las oficinas de redacción de su periódico El Lápiz, Don Tulio Febres-Cordero se dedicó valerosamente a registrar los efectos del terremoto a lo ancho y largo de la provincia y sus alrededores, ayudado por los venerables Curas de Mérida, con el fin de comunicar a la República sobre la tragedia y convocar su bondad en auxilio del pueblo merideño. Desde numerosas ciudades venezolanas y de otros destinos como Alemania, Italia, Colombia y Curazao arriban los socorros en rescate de los damnificados. Anota Don Tulio: «Oportuno y eficaz testimonio de fraternidad y simpatía que Mérida y sus pueblos no olvidarán jamás».104
Por resolución del gobierno de los Estados Unidos de Venezuela, presidido por Joaquín Crespo, el 8 de Mayo se conforma la Junta Central de la Ciudad de Mérida para el recibimiento y administración de los fondos. Varias localidades del Táchira, Zulia, Trujillo y hasta de la vecina Nueva Granada habrían resultado afectadas por las violentas repercusiones del terremoto. San Simón, donde residía Domenico Adriani, también resultó gravemente dañado por la catástrofe. Tulio Febres-Cordero fue designado como secretario de dicha junta y con la compañía de otros hombres eminentes se encargan de dirigir los recursos para el rescate de los poblados. La Junta Central inicia sus operaciones delegando a otras juntas locales la labor de reportar la situación actual de sus municipios e iniciar de manera decidida los planes para la reconstrucción de los distintos poblados.105
El terremoto había arrebatado centenares de vidas y devastado toda clase de proyectos pero no pudo mitigar la esperanza de aquellas campiñas. El río de la vida sigue fluyendo y encuentra su antiguo cauce. En Zea, con el fúnebre dolor por la desaparición de amigos y familias, los pobladores dan justa sepultura sus difuntos y se preparan para levantar de nuevo a sus hogares ante todas las dificultades.
Nuestra Zea
Entre el polvo y los escombros, los habitantes de Zea se reúnen en el centro de la vieja plaza para organizar una junta local con el propósito de rescatar a todos sus coterráneos y reconstruir su amado terruño. Aún no arriban los socorros que las eminentes autoridades de Mérida han logrado recaudar, pero no es impedimento para que los zedeños afronten con decisión a los efectos de la catástrofe. Habiendo elaborado unos improvisados refugios de hojas de palma y caña brava, es conformada la junta por Giuseppe y María en conjunto con los nacionales Horacio Velasco y Alfredo Sánchez Cabrales y los emigrantes italianos Cayetano Giordano y Quirico Sardi, napolitano el primero y elbano el segundo, quienes dirigirán a los zedeños en esta colosal labor. La junta traza así los planos de las calles que rodean lo que será la futura Plaza Bolívar, frente a la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, que había quedado reducida a ruinas por el terremoto.106
Es necesario edificar toda la comarca desde sus cimientos. Aunando sus esfuerzos, la voluntad de los zedeños recrean la magnánima fundación de Murmuquena que en otrora fue realizada por el ánimo pionero de los agricultores Felipe y Matías José Márquez y Juan Antonio Escalante en los albores de 1760, y que fue formalmente bautizada como Zea en 1851. Inspirados por una devoción cristiana, meses de arduo trabajo regresan a la vida a la joven municipalidad. Los lugareños vuelven a tejer los caminos empedrados de la aldea y sus escarpados alrededores para reestablecer comunicaciones con el resto de Mérida. Los socorros arriban finalmente y con ello son apartadas las chozas de caña, que habían servido de refugios provisionales, para reedificar las cándidas casas del pueblo. Desde Caracas llegan a Tovar los materiales necesarios para llevar a cabo la reparación de la iglesia; sin otros medios de transporte y desde aquella localidad, los jóvenes y mayores de Zea se cargan a hombros los insumos y los descargan en el pavimento de la vieja plaza. El entusiasmo y la acción prosiguen con las obras que levantan nuevamente, con toda su gloria barroca, a la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes107
En aquel ideal común por el rescate de la patria chica, los merideños encontraron en los emigrantes italianos benévolos y enérgicos compatriotas. Semejantes de fe, se integraban a Venezuela con vocación proactiva en todos los campos de su vida: en el comercio, en la política, en la intelectualidad y en las artes. Asentados entre los parajes de la cordillera, dotaron de novedosas técnicas a la agricultura y las artesanías venezolanas e incentivaron en sus municipios bondadosos hábitos civilizatorios y nuevas prácticas culturales y culinarias.108 Nuevamente, Mariano Picón-Salas evocaba de sus años de juventud:
Útiles y cordiales influencias que desembocaron sin violencia en el viejo estilo de nuestra vida cordillerana, trajeron estos inmigrantes. Hombres efusivos, de sangre caliente, partidarios del Papa y más frecuentemente de Garibaldi, dúctiles para toda acción —como suelen ser los italianos—; comerciantes, agricultores, doctores y generales, metidos hasta los primeros años de este siglo en todos los laberintos de la política vernácula; [. . .] Notábase su aporte en ciertos hábitos alimenticios, en el aseo y adorno de casas y jardines, en el gusto por la música, fiestas y otras formas de relación social. En muchas casas merideñas se comían muy sabrosos raviolis el día domingo; circulaba el vino italiano, las garrafas de Chianti o de Aleático que los parientes distantes mandaban a sus hijos, nietos y sobrinos ultramarinos; se cubrían de banderas las ventanas, cada 20 de setiembre, aniversario de la fecha en que los garibaldinos penetraron por la puerta Pía; se erigió un bonito monumento a Colón, costeado por la colonia, para recordarnos que fue el precursor de la inmigración itálica; se formaron estudiantinas de música que conmemoraron dignamente los centenarios de Donizetti, de Rossini y de Bellini.109
— Mariano Picón-Salas
La vital participación de los Adriani Mazzei en la reconstrucción de Zea les acercó entrañablemente con sus pobladores. Con el pasar del tiempo, con cariño los zedeños empezaron a llamar José a Giuseppe Adriani, nombre por el que se le conocería en Mérida y por toda Venezuela hasta el final de su vida.
El ahora conocido Don José Adriani y su esposa María Mazzei establecieron su hogar en el corazón de Zea, donde nacerán y crecerán sus amados hijos. La pareja constituyó una familia ejemplar, cultivada con los fecundos valores que sus padres les habían heredado en la antigua Italia. Católicos fervorosos, amables y resilientes, eran de gran temple, noblemente dedicados al trabajo: en su hogar se rendía culto a la virtud, la responsabilidad y la disciplina. Fue así que un 4 de diciembre de 1895, el matrimonio es bendecido con el nacimiento de su segundo hijo Amador Silvio. Y, años más tarde, llegarían a su vida Alberto, Elbano y Delia María Adriani Mazzei.
Por su parte, con su corazón roto por la pérdida pero inspirado por proteger a su familia, Venancio Ventura fue activo partícipe en la reconstrucción de Zea. Ya habían transcurrido varios años desde entonces. Y, entre el trabajo en los cafetos y la vida cotidiana de la comunidad zedeña, Venancio conoce a Filomena Molina Méndez, una joven zedeña con la que contraería matrimonio en agosto de 1897 y tendría junto a ella cuatro hijos. Junto a su hija Elvira y su prometida Filomena, decide volver al Táchira para acompañar a su hermano Domenico en las labores rurales en San Simón y donde ambos fundarían una importante casa comercial que es, a día de hoy, una cómoda posada.110
Con la reconstrucción del pueblo, José emprende un pequeño y modesto comercio textil al que bautiza Casa Adriani,111 que con el pasar de los meses se convertirá en el más importante almacén del pueblo, el establecimiento ideal donde se podían adquirir todo tipo de mercancías nacionales e importadas de Italia, que complementaban los frutos del trópico. Relata la señora María José Salas de Petrella, en otrora contadora y secretaria de la firma comercial Adriani & Cía., por su importancia para Zea el almacén terminó siendo una casa comercial de renombre, por donde transitaba las cosechas y el comercio cafetalero de los agricultores aledaños como el de la propia familia Adriani Mazzei. Tal era su relevancia que aquella sede funcionaría también como un auténtico banco, desde donde se emitían créditos para financiar las plantaciones de los agricultores zedeños. Con este servicio mercantil Don José jamás arrebató las propiedades a alguno de sus deudores: Si al final de una cosecha los réditos no eran suficientes para saldar la deuda, Don José esperaba pacientemente a las próximas cosechas.112
Tras el establecimiento de la casa comercial de los Adriani Mazzei, el matrimonio decide emprender en la fundación de nuevas haciendas. José dedica meses al riguroso estudio de los valles aledaños para encontrar suelos propicios para el cultivo de café y la cría de ganado, y que además contasen con fácil acceso a los caminos y las vías fluviales que conectan a la provincia con la ciudad de Maracaibo. Fijando su atención en el Alto Escalante, a las faldas de la cordillera, es una fértil región envuelta entre las cuencas del río homónimo y el Guaruríes, Don José adquiere allí hectáreas en donde fundará las haciendas de El Bejuquero, Arenales, La Seca, Potosí, Caño Hondo, Guaruríes y Santa Lucía.113
Célebres eran los arreos de ganado provenientes de las haciendas propiedad de los Adriani Mazzei, dirigidos por humildes y dedicados trabajadores bajo el sol y la lluvia, y que cruzaban el pueblo de Zea con rumbo a Tovar. A la distancia, el galope de las reses y las mulas de carga componen una sinfonía silvestre, van anunciando el inicio de otro periplo que atravesarán los frutos del trópico desde la cordillera merideña hasta los puertos de Maracaibo y que de allí se embarcan a diferentes destinos de ultramar. La mulas partían cargando a sus costados el café de las plantaciones cercanas y regresaban con alimentos, telas y utensilios de importación que no se podían producir en aquella localidad.114
El gran aporte al mercado cafetero que brindan las plantaciones de Don Adriani le convierte en todo un referente para los agricultores merideños. A él acuden jóvenes y viejos para aprender sobre técnica agrícola, comercio y administración de propiedades; empapándose de un ánimo creador. Esto lo lleva a entablar estrechas relaciones con artesanos y comerciantes de todo el occidente venezolano. Entre estas personalidades destacan Elías Burguera García en Mérida y Tito Abbo en el Zulia. Desde Tovar, el tachirense Don Elías por medio de su Casa Burguera & Co. dirigía con firmeza y entusiasmo el desarrollo y la modernización de la región: importa novedosas maquinarias, abre nuevas vías de comunicación y participa en la instalación del servicio eléctrico en Tovar y otras poblaciones colindantes.115 Por su parte, Don Tito Abbo, quien era también un emigrante de origen italiano, era uno de los principales promotores del progreso en Maracaibo, director de la próspera casa comercial Abbo & Co., una de las sedes que conoció Giuseppe durante su corta estancia en la ciudad y que funcionaba como punto de referencia para los italianos que venían a establecerse y trabajar en Venezuela. Abbo se convierte en informante de confianza y envía a José las últimas noticias sobre el estado del mercado mundial y los acontecimientos de su Italia natal. A partir de entonces los zedeños serán activos espectadores de los Boletines de la situación comercial y la prensa italiana que llegan desde el Zulia.116
El espíritu emprendedor y progresista de los emigrantes fue una virtud que adoptaron nacionales al tiempo que se fueron integrando estos emigrantes a su nueva Patria. Desde el Zulia, pasando por los Andes venezolanos, hasta Barinas y Apure, la vinculación entre nacionales e inmigrantes se da con tal naturalidad que surgen, de estas raíces, familias que mezclaban apellidos italianos e hispánicos de las que brotan tempranamente nuevas concepciones para la vida venezolana.117 Así lo relataba décadas más tarde el eminente historiador trujillano Mario Briceño-Iragorry:
Valera fue centro intermedio donde tuvieron sucursales las principales firmas comerciales de Maracaibo. Los extranjeros que trabajaban en estas actividades se juntaron con la ya afirmada inmigración italiana que espontáneamente, desde alrededores de 1840, se había trasladado a la Cordillera. A la intolerancia austríaca y pontificia que imperaban en la península itálica debemos el arribo a nuestras montañas de numerosas y distinguidas familias, que, junto con el ejemplo de un inteligente trabajo, nos traían prédicas de democrática libertad. Todavía yo alcancé a mirar en viejas casas de italianos oleografías de Cavour y Garibaldi, que servían de paladium a los emigrados que buscaban libertad en el Nuevo Mundo. La colaboración de estos extranjeros produjo inquietud intelectual. El comercio no era, como es hoy, un mero afán de distribuir mercadería extranjera, sino empeño de fomentar riqueza y promover cultura. No era este comercio antinacional de la hora, cuyo sólo norte es buscar consumidor a la industria de los yanquis. En aquella época se importaba lo que no producía la tierra y se miraba a que ésta produjese frutos para el intercambio. Comercio y agricultura no estaban reñidos en la forma destructora en que están hoy.118
— Mario Briceño-Iragorry
En Zea los Adriani Mazzei fueron grandes promotores del progreso público. No habían asuntos en pro de la colectividad en el cual Don José no participara, era convocado por los vecinos y las autoridades civiles y religiosas en casi toda ocasión. Con la reconstrucción de Zea, la notable junta local edificó el primer hospital del pueblo.
Entre finales de 1909 e inicios de 1910, la inquietud de los zedeños por dar una mejor educación a sus hijos los llevó a plantearse la idea de edificar un colegio en la localidad, José Adriani figura entre uno de sus principales impulsores. Estas inquietudes llegaron al bonachón y espontáneo Padre Ramón de Jesús Angulo, eminente personalidad muy querida en Zea y quien había conformado una notable compañía anónima allí. Había realizado sus estudios teológicos en Curazao, de donde posiblemente adoptó su singular pronunciación del latín y que hacía exclamar a Don José a las afueras de la iglesia: «Ma, ¡Dio del cello!, ¿Come fa il Pater Eterno per inténdere il latino del Patre Angulo?». Ante la necesidad, el Padre Angulo ni corto ni perezoso viaja a lomos de mula hasta San Simón para encontrarse con un viejo amigo suyo, el eminente educador griteño Félix Román Duque Morales. Lo convence para que sea el director de este nuevo colegio. Es así que, a inicios de 1911, Don Félix Román Duque firma un contrato con José Adriani, Tobías Carrero y Juan de Dios Márquez para conformar y dirigir el nuevo Colegio Santo Tomás de Aquino, que inicia sus labores el 2 de mayo de 1911.119
A la vista de la afinidad por la lectura y el temprano talento para escribir de sus hijos Alberto y Elbano, un 15 de abril de 1914, Don José les obsequia una imprenta de la firma Kelsey Press, traída desde los Estados Unidos y la primera que vería Zea en su historia. Con ella los hermanos se lanzan al emprendimiento de El Impulso, el primer periódico de la localidad, cuyo primer número fue publicado el 15 de mayo del mismo año. Fue una publicación mensual, dirigida y editada por Elbano y Rafael Ángel Rondón Márquez, entrañable amigo de infancia de los hermanos Adriani, quién también se había formado en las clases del colegio dirigido por Román Duque. Aunque para la fecha Alberto aún no escribe para el periódico, pues se encontraba sumergido en sus estudios, colabora de manera cercana. Serán años más tarde, entre 1922 y 1930, durante sus viajes por Europa y los Estados Unidos que las columnas de El Impulso se nutrirán con los ilustres trabajos de Alberto Adriani.120
Años más tarde, en una mañana del 19 de abril de 1924, se reúnen varios notables de Zea de la vieja plaza para conformar la primera Junta Directiva del Centro Social “19 de Abril”. Presidida entonces por el Coronel Máximo Gómez Pérez, le acompañaban José Adriani, su hijo Domingo Atilio, Antonio Altuve, Cayetano Giordano, Rafael Ángel Rondón Márquez, Félix Román Duque, José Antonio Velasco, José de Jesús Márquez, Alfredo Sánchez Martínez y Ramón Carrero en la misión de reivindicar su tierra. Esta asociación se lanza en incansable actividad por el bienestar y el progreso municipal. Inician con la construcción de una biblioteca pública y la inauguración de una banda musical dirigida por el tovareño Emilio Muñoz. El 5 de julio del mismo año el Centro Social promueve la fundación de una empresa privada denominada como Compañía Anónima de Luz y Fuerza Eléctrica para establecer el servicio eléctrico a Zea, además de gestionar la instalación de una estafeta de correos y un servicio de telegrafía para el pueblo.121 El avance de estos servicios llega también a la vecina localidad de San Simón por la cooperación entre las casas comerciales de José Adriani y sus hermanos Domenico y Venancio. Aquel octubre de 1924, El Impulso publicaría una nota enviada por Alberto Adriani desde Ginebra, aclamando la fundación del Centro Social y su significancia en el porvenir de Zea y de Venezuela:
Hay naciones que no se abandonan completamente a los muertos porque tienen la noble ambición de superarlos, porque poseen la voluntad de acrecentar el patrimonio de los antepasados. Son las naciones fuertes, que avanzan hacia el futuro. Cada aniversario es para ellas un examen de conciencia. Hacen desfilar los actos que han realizado en nombre de sus representativos, como diría Emerson; las acciones que el recuerdo y el ejemplo de éstos les imponen hacer. Son celebraciones dinámicas, motoras, fecundas.
[. . .]
Hombres entusiastas han fundado el Centro Social “19 de Abril”. Sus primeras manifestaciones hacen esperar que en cada aniversario de la fecha gloriosa desfilarán actos encaminados al progreso de nuestro terruño, y por él, de la patria. Solo así quedarán consagrados y serán cosa seria los buenos propósitos que los animan, y será eficaz la conmemoración de una fecha que en el ánimo de los Libertadores no podía marcar sino un comienzo: el de la libertad de Venezuela. Tocaba a sus sucesores la tarea que hoy incumbe a nosotros, de edificar la grandeza de la Patria. Comience cada uno por su Municipio. Comencemos nosotros por nuestra Zea.122
— Alberto Adriani
Los inmigrantes para Venezuela han supuesto un próspero aporte en la formación de su sociedad. Como aspiración de nuestros próceres, desde el nacimiento de la Patria, llegaron nuevos pobladores que nutrían de fuerza renovadora a la nación. En ellos estuvieron ejemplificadas las epopeyas de la conquista del Nuevo Mundo, la emancipación de las naciones americanas y la edificación de las jóvenes repúblicas. Los canarios, españoles, italianos, portugueses, libaneses, corsos, alemanes, franceses, sirios y otros gentilicios que arribaron a nuestras playas son ejemplo fehaciente de este hecho.
Con el surgir de la República, nuestra principal misión y desafío ha sido la edificación de una sólida identidad nacional, perpetuada por un estado fuerte y proactivo, que proteja la convivencia democrática de las razas que conforman su territorio. Pero no puede haber una República donde no hayan hombres capaces, proclives al trabajo, a las ciencias y las artes. Las inquietudes del Padre de la Patria sobre el porvenir nacional se encontraban también en la colonización efectiva y el surgir floreciente de las industrias, cuya reflexión podemos encontrar sintetizada en su célebre expresión:
Se debe fomentar la inmigración de las gentes de Europa y de la América del Norte, para que se establezcan aquí trayendo sus artes y sus ciencias. Estas ventajas, un Gobierno independiente, escuelas gratuitas, y los matrimonios con europeos y anglo-americanos, cambiarían todo el carácter del pueblo y lo harían ilustrado y próspero.123
— Simón Bolívar
En aquellas últimas y caóticas décadas del siglo XIX parecían lejanos los tiempos de Angostura y de Colombia la Grande. En el acontecer venezolano todo ideal político encontraba su conclusión única en las armas. Los caciques bastardos se batían en las montoneras sus intereses personales, el fuego reaccionario de las revoluciones arrasaba con la armonía de la vida civil. Se justificaba así la anarquía con las consignas de todos los partidos, enarbolando banderas de todos los colores. El preludio fatal de la Guerra Federal al medio siglo de guerras civiles que le prosiguieron fueron un duro embate al progreso de la sociedad venezolana. En la ausencia de una autoridad gubernamental capaz y en detrimento total de la unidad nacional, el arrebato disgregador de estos caudillos fraccionaron al territorio venezolano en feudos, cuarteles desde los cuales afilaban el acero de las lanzas y trazaban sus ambiciones por conquistar la Presidencia de la República.124

En las vísperas del siglo XX
Terminada la contienda de la Revolución Legalista entre los liberales continuistas representados por Andueza Palacio y los liberales legalistas dirigidos por Joaquín Crespo se sucede la sanción de una nueva Constitución que restituía el voto secreto y directo. En los comicios electorales llevados a cabo en febrero de 1894, Crespo vence con una aplastante unanimidad a su único contrincante José Manuel “El Mocho” Hernández y asume la Presidencia de la República. Crespo vuelve a convertirse en el máximo director de Venezuela, su regencia pasa a ser el primer y único pilar del orden. En aquellos años Venezuela atraviesa una aguda crisis económica en la que pesa una descomunal deuda externa y una ruina económica acentuada. Crespo utiliza todos los medios a su disposición para reordenar el país y garantizar la paz, inclusive si eso significase apartar a los partidos políticos de obtener presencia pública. Tras bambalinas, dentro y fuera del gobierno, los enemigos del crespismo hacen los preparativos para una nueva revolución.125
Unas nuevas elecciones presidenciales en 1897, influenciadas por el partido de gobierno para garantizar la victoria de su candidato, el General Ignacio Andrade, son el pretexto necesario para que los caudillos inicien un nuevo alzamiento. Y, aunque el gobierno intenta apaciguar el descontento de los sectores políticos de oposición, el 2 de marzo del mismo año, “El Mocho” Hernández emite su incendiaria Proclama de Queipa, en Valencia, con la que daba el inicio de una revolución que estremeció el delicado equilibrio que había tratado de tejer Crespo durante su segundo mandato.126
Joaquín Crespo dirige a las fuerzas armadas leales al gobierno avanza desde Tocuyito hacia los llanos para dar caza a “El Mocho” y sus hombres. De la desconfianza alrededor de Ignacio Andrade ya habían empezado a pulular los agitadores que podían desencadenar una reacción anti-crespista dentro de su gobierno. Crespo piensa que solo bastará con barrer a todos sus rivales de la escena pública para restaurar la paz nacional, tal como lo había hecho desde el triunfo de su revolución. Se veía así mismo como el único hombre capaz contrarrestar las ambiciones personalistas de los señores de la guerra que brotaban del suelo venezolano, de mantener el orden.127
Esta era la realidad en la que estaba sumida Venezuela, compleja y altamente inestable, propensa a los conflictos intestinos y protagonizada por el fenómeno del caudillismo. Realidad que empujó a la intelectualidad venezolana a estudiar más de cerca esta condición y tratar de buscar los medios telúricos y políticos para transformarla o, por lo menos, controlarla.128 «En Venezuela existe el caudillo —y existirá hasta que el medio social y económico se modifique—», como en el enunciado de Laureano Vallenilla Lanz.129
Es evidente que en casi todas estas naciones de Hispanoamérica, condenadas por causas complejas a una vida turbulenta, el Caudillo ha constituido la única fuerza de conservación social, realizándose aún el fenómeno que los hombres de ciencia señalan en las primeras etapas de integración de las sociedades: los jefes no se eligen sino se imponen. La elección y la herencia, aun en la forma irregular en que comienzan, constituyen un proceso posterior.
Es el carácter típico del estado guerrero, en que la preservación de la vida social contra las agresiones incesantes exige la subordinación obligatoria a un Jefe.
Cualquiera que con espíritu desprevenido lea la historia de Venezuela, encuentra que, aun después de asegurada la independencia, la preservación social no podía de ninguna manera encomendarse a las leyes sino a los caudillos prestigiosos y más temibles, del modo como había sucedido en los campamentos.130
— Laureano Vallenilla Lanz
El 16 de abril de 1898, durante los preparativos del combate que se va desatar en la Mata Carmelera, en los llanos de Cojedes, Joaquín Crespo sitúa a su ejército frente a un boscoso muro en donde se encuentran aposentados las fuerzas de “El Mocho” Hernández. Mientras recorría el campo sobre su caballo Gragea, los francotiradores mochistas acaban con la vida del caudillo aragüeño con un certero disparo al pecho, cerrando fatalmente el capítulo histórico del Liberalismo Amarillo. La ausencia de Crespo en los asuntos gubernativos y financieros de la República abrumaba con la más oscura y densa incertidumbre el destino de Venezuela. Y, aunque Ignacio Andrade logra vencer a la insurgencia de “El Mocho” Hernández, no es un hombre lo suficientemente sagaz para afrontar la dirección del país. Sus rivales se asegurarán que los días de su gobierno estén contados.131
El gobierno había sido herido de muerte y era tan solo cuestión de tiempo que una nueva insurrección propinase su caída. En los agitados días entre 1898 y 1899, caciques de los Llanos, de Coro, de los Valles del Tuy, de la Guayana y el Oriente se preparaban para la gran contienda por la silla presidencial. Pero antes que pudiesen realizar sus movimientos, comienza una nueva revolución el 24 de mayo de 1999. Comandados por Cipriano Castro, marchan un grupo de militares que se habían forjado en los parajes agrícolas y las montoneras del Táchira, y cuya acción ponía de manifiesto la participación de aquella provincia en el porvenir nacional. Una revolución militar de similar naturaleza a las acontecidas con regularidad en Venezuela pero inédita en sus proposiciones: la restauración de la unidad nacional y la conformación de un gobierno compuesto por «nuevos hombres, nuevos ideales y nuevos procedimientos».132
Conocida como la Revolución Liberal Restauradora, se trató del suceso clave que cierra el siglo XIX y da paso al siglo XX en la historia moderna de Venezuela. El régimen que devino del triunfo de este levantamiento fue la Hegemonía Militar Tachirense, es la consolidación del estado moderno, la concepción de nuevas formas de vida en la sociedad venezolana, la aparición de nuevos modelos económicos y el declive de los partidos históricos y los caciques que habían engendrado las viejas formas políticas.133 Es en esta Venezuela efervescente, ansiada de renovación y de orden en todos los campos de su vida pero también al borde de un abismo de barbarie que nace Alberto Rómulo Adriani Mazzei un 14 de junio de 1898.
De las entrañas de Venezuela
El 18 de mayo de 1875, a las once y media del día, durante la apacible cotidianidad de aquellos tiempos, la Villa del Rosario ubicada entre Cúcuta y San Antonio, fue el epicentro del Gran Terremoto de Cúcuta y Táchira. Sus violentos embates se extendieron por todos los poblados aledaños de la cordillera andina entre Colombia y Venezuela y cuyos temblores alcanzaron las provincias de Maracaibo, Mérida, Trujillo, Caracas, Pamplona y Bogotá. En la antigua Nueva Granada, muchas localidades del departamento de Santander fueron reducidas a escombros. En Venezuela la destrucción se cernió principalmente sobre los poblados de San Antonio, Capacho, San Cristóbal, La Grita, Lobatera, Palmira y Rubio. El terremoto provocó grandes daños en las concentraciones urbanas del Táchira pero develó de las entrañas de su suelo un hallazgo extraordinario.134
Tan solo cinco años antes, en 1870, el médico e ingeniero barinés Carlos María González Bona recorría a lomo de mula por los alrededores de la aldea de La Alquitrana con dirección a Rubio. En el camino se percató cómo varios riachuelos arrastraban sobre su superficie cúmulos de una sustancia oleosa y de un lóbrego color negro. En aquella quebrada, el arroyo de agua alquitranada había sido el origen particular del nombre de la localidad. El Doctor González Bona, «quien también era ingeniero, con mucho de químico», profundamente intrigado por la sustancia tomó una muestra de esta especie alquitrán para someterla a un riguroso análisis, comprobando así que aquel aceite mineral que brotaba del suelo era petróleo. La quebrada cruzaba por los terrenos de la hacienda cafetalera propiedad de Don Manuel Antonio Pulido Pulido, a quién invita el Doctor González Bona a entrevistarse para conversar sobre las posibilidades de explotar aquel singular recurso mineral.135
Fue precisamente allí en La Alquitrana, cinco años después, donde una falla geológica provocada por la violencia del Gran Terremoto de Cúcuta y Táchira convierte al pequeño goteo del arroyo en un torrente incontenible de petróleo. Don Antonio Pulido recuerda el planteamiento de su amigo González Bona de constituir una empresa con dirección y capital enteramente nacionales. Es así que ambos socios impulsan la formación de la Compañía Nacional Minera Petrolia del Táchira. Esta será integrada por Manuel Antonio Pulido Pulido, Carlos González Bona, José Antonio Baldó, Ramón María Maldonado, José Gregorio Villafañe y Pedro Rafael Rincones como pioneros de la naciente industria de extracción y refinación petrolera en la América Latina.136
El 2 de septiembre de 1878, Don Manuel Antonio Pulido Pulido en representación de la Compañía Nacional solicita del Poder Ejecutivo del Gran Estado de los Andes la concesión correspondiente para explorar y explotar «un globo de terreno mineralógico» de cien hectáreas dentro de los límites de su hacienda La Alquitrana, ubicada al sur de la ciudad de Rubio. E inmediatamente al día siguiente, Pulido recibe del encargado del Estado Soberano del Táchira la concesión, bautizada como las Cien Minas de Asfalto. Lo que un principio parecía un pequeño trámite burocrático para el grupo de asociados, guarda la significancia de ser el nacimiento de los derechos mineros de la industria petrolera en Venezuela.137
El 12 de octubre de 1878, la Compañía Nacional celebra la firma de un contrato privado para la explotación del petróleo. A parte de definir las bases de la constitución y la dirección de la empresa, el contrato previó un viaje de formación y estudio del socio industrial Pedro Rafael Rincones hacia los Estados Unidos. Allí tendría el deber de aprender sobre el funcionamiento y manejo de la explotación y refinación del petróleo, además de adquirir y traer al Táchira la maquinaria necesaria para el trabajo. El 10 de marzo de 1879, Don Pedro viaja a Pensilvania, localidad pionera en novedosas técnicas para la perforación y extracción del aceite. Allí también acontecía la fiebre del petróleo, una encarnizada guerra comercial de la que John D. Rockefeller se alzaría como el vencedor, convirtiéndose en el máximo regidor del monopolio petrolero por medio de su compañía: la Standard Oil Company.138
A finales de octubre de 1879, Don Rafael determinado cumple su deber, se instruye diligentemente en todo lo referente al funcionamiento y desarrollo de la naciente industria petrolera. Adquiere las maquinarias y herramientas necesarias en representación de la compañía y organiza, con sus socios los hermanos González Bona y la Chiossone Bruno & Co., el recibo y despacho de los efectos contraídos. Es así que Rincones parte de regreso a La Alquitrana el 15 de noviembre del mismo año desde Nueva York. Una vez en Maracaibo tendrá que afrontar el desafío de cruzar los manglares y cordilleras que lo separaban de la ciudad de Rubio. Un arduo periplo que tomaría más de dos meses, Don Rafael navega sobre los ríos Zulia y Táchira en una flota de piraguas hasta la municipalidad de El Palotal. Desde allí, a lomo de mulas y bueyes que cargaban las piezas de la maquinaria, tramonta el piedemonte andino hasta llegar a La Alquitrana.139
Eureka fue el nombre del pozo que dio inicio formal a la extracción de petróleo en Venezuela. Perforado a cabalidad en marzo de 1884, con tan solo 60 metros de profundidad, el pozo tenía una capacidad de producción de 230 litros cada 24 horas. Aquellos primeros baldes de aceite serían refinados en un económico kerosene que encenderían de febril esperanza los faroles de la ciudad de San Cristóbal. La noticia de la inauguración de un campo petrolero en el Táchira corrió como la pólvora y gentes de toda la provincia se presentaron en La Alquitrana para ser testigos de la modesta pero novedosa industria que brotaba de su tierra. Entre los visitantes se hizo presente un oficioso hacendado, Don Juan Vicente Gómez, amigo cercano de Manuel Antonio Pulido, en compañía de su hermano Don Juancho. Fascinado por el procedimiento se pondría a reflexionar en las posibilidades que guardaba este singular aceite. Quizás, llevaría algo de kerosene para encender las lámparas de su hacienda La Mulera, cuya luz, antes de dormir, alumbraría en su pensamiento un destino a las afueras de las remotas montañas de los Andes.140
Del Táchira surgen entonces, casi de forma simultánea, las dos fuerzas directoras de la modernidad venezolana. La Hegemonía Militar Tachirense figura un nuevo tipo de cuerpo político, de carácter autocrático, que entre el desorden de los partidos fratricidas edifica un estado centralizado y moderno, una organización republicana de la que surgen la vida civil y las instituciones nacionales. Por otro lado, la aparición del petróleo representa para el suelo venezolano la presencia de un poderoso recurso energético y, al tiempo, el desarrollo de una extraña pero novedosa actividad que transformaría drásticamente el paradigma político, cultural y económico de la sociedad venezolana y cuyas repercusiones aún persisten hasta nuestros días. Inicia así en Venezuela la era del oro negro.
Así lo indica la tradición oral sustentada a lo largo del tiempo hasta nuestros días.
Jules Toutain, The Economic Life of the Ancient World, Londres, 1930, pp. 208, 211, 287-288 y 294; Annalisa Marzano, Roman Villas in Central Italy: A Social and Economic History, Boston, 2007, pp. 72-73, 163 y 670-675; Giuseppe Ninci, Storia dell’isola dell’Elba, Portoferraio, 1815, pp. 1-2 y 5-13.
Friedrich Max Kircheisen, Napoleon, Nueva York, 1932, p. 674; Rufus Wilmot Griswold, Napoleon and the Marshals of the Empire, 2 vols., Filadelfia, 1855, I, pp. 284 y 287-289.
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Ninci, Storia dell’isola dell’Elba, pp. 228-230.
Luis Xavier Grisanti, Alberto Adriani, Caracas, 2008, p. 9.
Kircheisen, Napoleon, pp. 678-681; Gruyer, Napoleon, pp. 86-93, 106, 108-111, 115, 202-204 y 251.
Grisanti, Alberto Adriani, p. 9. Tras una labor de investigación, no hemos podido encontrar documentación que respalde la existencia de un antepasado de nombre Carlo, y todo apunta a que su verdadero nombre fue Venanzio Adriani Segnini.
Sir Henry Drummond Wolff, The Island Empire; or, The Scenes of the First Exile of the Emperor Napoleon I, Londres, 1855, p. 267-269; Gruyer, Napoleon, pp. 235-238; Kircheisen, Napoleon, pp. 685-686 y 701-705.
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Trevelyan, Garibaldi and the Making of Italy, pp. 288-289; Salvatorelli, A Concise History of Italy, p. 576.
Marisa Vannini de Gerulewicz, Italia y los italianos en la historia y en la cultura de Venezuela, Caracas, 1966, pp. 481-494;
Grisanti, Alberto Adriani, p. 10.
Arturo Uslar Pietri, Letras y hombres en Venezuela, Caracas, 1958, p. 241.
Sobre los principios positivos de Simón Bolívar, véase lo que dice Marius André: «Todo se derrumba. Las leyes constitucionales se suceden sin que ninguna sea estable. Un Parlamento con el que se contaba para establecer un orden definitivo, acaba de disolverse por sí mismo en la mayor confusión. Sólo queda en pie una autoridad —que forma una sola con la del clero— la autoridad del Libertador que resiste todavía al huracán. Se encuentra en la imposibilidad de improvisar, de inventar, él solo, y de hacer aceptar el completo arsenal de leyes y reglamentos necesarios. Y sin embargo, es necesario vivir un día y otro. Entonces, para que su pueblo no muera, Bolívar, por una concepción atrevida de política positiva —y antes de que Augusto Comte publicase su Politique— vuelve a someter a ese pueblo bajo “el noble yugo del pasado”. Resucita las sabias leyes del antiguo régimen que se habían acreditado; saca reglamentos militares de la legislación del siglo XVIII; refuerza la influencia del clero y su acción en el dominio de la enseñanza; hace entrar a un obispo en el Consejo de Estado. [. . .] Restablece el “noble yugo del pasado”; pero, siempre conforme a los principios políticos que aplica antes de que Augusto Comte los haya formulado— este yugo es provisional. Lo impone para evitar la muerte en la espera demasiado prolongada del nuevo orden al cual aspira y que quiere, con todas las fuerzas de su inteligencia y de su patriotismo, crear con la colaboración de los representantes escogidos por el pueblo» (El fin del Imperio Español de América, Barcelona, 1922, pp. 149-151).
Arturo Sosa Abascal, Ensayos sobre el pensamiento político positivista venezolano, Caracas, 1985, pp. 13-14 y 73-84.
Rafael María Baralt y Ramón Díaz, Resumen de la historia de Venezuela: Desde el descubrimiento de su territorio por los castellanos en el Siglo XV, hasta el año de 1797, 2 vols., París, 1939, I, pp. 455-456.
Sosa Abascal, Ensayos sobre el pensamiento político positivista venezolano, pp. 3-10; Uslar Pietri, Letras y hombres en Venezuela, pp. 233-235.
Mario Briceño-Iragorry, La hora undécima: Hacia una teoría de lo venezolano, Caracas, 1956, pp 29-38 y 46-47; Uslar Pietri, Letras y hombres en Venezuela, pp. 232-233 y 235-236.
Sosa Abascal, Ensayos sobre el pensamiento político positivista venezolano, pp. 76-77.
Citado por Elena Plaza, José Gil Fortoul (1861-1943): Los nuevos caminos de la razón; La historia como ciencia, Caracas, 1988, p. 75. Véase también lo que afirmará Gil Fortoul cuando el positivismo alcance un nivel paradigmático en la intelectualidad venezolana: «El alma de un pueblo ó de una raza es “la síntesis de toda su historia y la herencia de todos sus antepasados” [. . .] Cada generación se apoya sobre el tesoro de experiencia legado por las generaciones muertas, y vence con él los obstáculos que encuentra en su marcha progresiva. La herencia orgánica y la herencia mental trasmiten al través de las generaciones las fuerzas y los ideales, los sentimientos y las aspiraciones, la facilidad para el individuo de adaptarse á su medio y el poder colectivo de conformar el medio con las necesidades sociales. [. . .] Las condiciones de raza y de medio son en todas partes condiciones esenciales de los actos de la vida social; la repetición constante de los mismos actos origina costumbres, y las costumbres forman la trama de la historia. [. . .] La historia es incomprensible si no se analizan previamente los elementos orgánicos y físicos que han contribuido á constituirla y á determinarla» (José Gil Fortoul, El hombre y la historia: Ensayo de sociología venezolana, París, 1896, pp. 12-13).
Mario Briceño-Iragorry, Introducción y defensa de nuestra historia, Caracas, 1952, pp. 19-20; Briceño-Iragorry, La hora undécima, pp. 28-32; Sosa Abascal, Ensayos sobre el pensamiento político positivista venezolano, pp. 24-26; Uslar Pietri, Letras y hombres en Venezuela, pp. 234-244.
Laureano Vallenilla Lanz, Cesarismo democrático y otros textos, Caracas, 1991, pp. 3-4.
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Jean-Charles-Léonard Simonde de Sismondi, History of the Italian Republics in the Middle Ages, Londres, 1906, p. 3; Fouillée, Bosquejo psicológico de los pueblos europeos, pp. 119-138; Salvatorelli, A Concise History of Italy, pp. 63-66.
Fouillée, Bosquejo psicológico de los pueblos europeos, pp. 119-122.
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José Enrique Rodó, El mirador de Próspero, 2 vols., Madrid, 1900, I, p. 212.
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Jesús Rondón Nucete, Eco de su tiempo: Antonio Spinetti Dini, Mérida, 2011, p. 18.
Marizza, La produzione di talee e barbatelle di viti americane nel goriziano, pp. 4-5.
Tonini, La Fillossera devastatrice ed elcuni altri insetti dannosi alla vite, p. 23. En una ocasión se planteó usar un remedio en boga entre los indios de la Guayana para ahuyentar las serpientes de las plantaciones: cultivar bulbos de ajo alrededor de las vides; método practicado por los galos en Caracas para contraatacar las infestaciones de la Atta cephalotes, un género de hormigas americanas.
Ibíd., p. 27.
Marizza, La produzione di taleee e barbatelle di viti americane nel goriziano, pp. 7-8.
Ministero di Agricoltura, Industria e Commercio, Statistica della emigrazione italiana avvenuta nel 1895 e confronti coll’emigrazione dagli altri stati d’Europa per l’America e per l’Australia, Roma, 1896, p. v.
Rondón Nucete, Eco de su tiempo, pp. 17-18 y 44; Vannini, Italia y los italianos en la historia y en la cultura de Venezuela, pp. 579-580 y 586-590.
Grisanti, Alberto Adriani, p. 10; Franceschini, L’emigrazione italiana nell’America del Sud, p. 59.
Juan Bautista Alberdi, Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, Buenos Aires, 1915, pp. 14 y 17-18.
Domingo, Alberto Adriani, p. 19.
Cristóbal Colón, Relaciones y cartas, Madrid, 1892, pp. 21-25; Salvador de Madariaga, Vida del muy magnífico señor don Cristóbal Colón, Buenos Aires, 1940, pp. 47-56; William D. Phillips, Jr. y Carla Rahn Phillips, The Worlds of Christopher Columbus, Cambridge, 1992, p. 9; Vannini, Italia y los italianos en la historia y en la cultura de Venezuela, pp. 185-186.
Arturo Uslar Pietri, Cuarenta ensayos, Caracas, 1990, pp. 421-424; Madariaga, Vida del muy magnifico señor don Cristóbal Colón, pp. 35-56.
Il Centro di Documentazione per la Storia, l’Arte, l’Immagine di Genova e le Colombiane del 1892, “Colombiane 1892/1992”, La Berio: Rivista semestrale di storia locale e di informazioni bibliografiche, año XLVI, mes VI-XII (2-7-2006), p. 106; Cronache della commemorazione del IV Centenario Colombiano, Génova, 1892, pp. 109-110, 139-147 y 127-128. Formalmente inaugurada el 10 de julio hasta su clausura el 4 de diciembre de 1892, destaca con júbilo la Exposición Ítalo-Americana y su Sección Americana, compuesta por exposiciones que representaron a las Repúblicas de Argentina, Brasil, Perú, Venezuela, Uruguay, Méjico, los Estados Unidos y Guatemala. Palpitante vínculo de la fraternidad latina, se trataron de una reafirmación de los lazos comerciales, políticos y culturales entre Italia y las jóvenes naciones americanas. Especialmente en un punto crucial para aquellas Repúblicas que, por destino geográfico, se encontraban de cara al Atlántico y debían ejercer como los principales puertos a donde iban a desembarcar los hombres y las revoluciones provenientes del Viejo Mundo.
Ministerio degli Affari Esteri, Commissariato dell’emigrazione, Emigrazione e colonie: Raccolta di rapporti dei RR. Agenti Diplomatici e Consolari, 3 vols., Roma, 1909, III, tomo 3, p. 374; Franceschini, L’emigrazione italiana nell’America del Sud, p. 790.
Domingo, Alberto Adriani, p. 20.
Mariano Picón-Salas, Suma de Venezuela, Caracas, 1988, p. 145.
Arístides Rojas, Primer libro de geografía de Venezuela según Codazzi, Caracas, 1897, pp. 102 y 103; Baralt y Díaz, Resumen de la historia de Venezuela, I, p. 171; Silvestre Sánchez, Geografía y breve historia de la sección Zulia: Desde su descubrimiento, 1499, hasta nuestros días, Caracas, 1883, p. 42.
Grisanti, Alberto Adriani, p. 10.
Mariano Picón-Salas, Las nieves de antaño: Pequeña añoranza de Mérida, Caracas, 1998, p. 125.
Franceschini, L’emigrazione italiana nell’America del Sud, p. 803; Ministerio degli Affari Esteri, Commissariato dell’emigrazione, Emigrazione e colonie, III, tomo 3, pp. 379 y 383.
Franceschini, L’emigrazione italiana nell’America del Sud, pp. 801-802.
Ibíd., p. 814.
Ramón J. Velásquez, La caída del liberalismo amarillo: Tiempo y drama de Antonio Paredes, 2.ª ed., Caracas, 1973, pp. 66-67.
Ramón J. Velásquez, Joaquín Crespo (1841-1898): El último caudillo liberal, 2 vols., Caracas, 2004, II, pp. 83-84.
César Zumeta, El continente enfermo, Caracas, 1961, pp. 142-143; Velásquez, La caída del liberalismo amarillo, p. 182. [SEÑALAR CON LA 2DA EDICIÓN]
Adriani, Textos escogidos, pp. 335-336.
Velásquez, La caída del liberalismo amarillo, pp. 29-30.
Federico Brito Figueroa, Historia económica y social de Venezuela: Una estructura para su estudio, 4 vols., Caracas, 1966, I, p. 293; José Antonio Vandellós, Ensayo de demografía venezolana, Caracas, 1938, p. 8.
Brito Figueroa, Historia económica y social de Venezuela, I, pp. 309 y 312.
Domingo Alberto Rangel, Capital y desarrollo: La etapa agraria, 3 vols., Caracas, 1969, I, pp. 311-313.
William Roseberry, Coffee and Capitalism in the Venezuelan Andes, Austin, 1983, p. 75; Rangel, Capital y desarrollo, I, p. 278.
Agustín Codazzi, Resumen de la geografía de Venezuela, 3 vols., Caracas, 1940, I, p. 60.
Alberto Rangel, Capital y desarrollo, I, pp. 88-89.
Podemos destacar un testimonio del floreciente desarrollo comercial de la ciudad de Maracaibo, Wilhelm Sievers, relata que «la imagen que surge de repente es magnífica. Ninguna ciudad portuaria venezolana me ha causado una impresión tan importante como Maracaibo. La larga fila de grandes almacenes, la aduana y otros edificios públicos dan una impresión casi europea [. . . ] Maracaibo tiene actualmente entre 25.000 y 30.000 habitantes y en este sentido compite con Valencia por el segundo lugar en la república. La ciudad tiene seis iglesias y tres capillas, un nuevo teatro, cuatro hospitales, varios otros edificios públicos, [. . .] Particularmente interesante es el mercado de Maracaibo, donde la vida es bastante animada. [. . .] Maracaibo es la principal zona de paso del comercio en la Cordillera, específicamente el punto de exportación de cacao, café, cueros, etc. y el puerto de importación de todo tipo de mercancías europeas. Varias compañías navieras brindan tráfico con los puertos del lago de Maracaibo, La Ceiba para Trujillo, Santa Bárbara y San Carlos del Zulia para Tovar, Boca de Catatumbo y los puertos fluviales del Zulia para el Táchira y el departamento colombiano de Santander». Venezuela, Hamburgo, 1888, pp. 15-19.
Juan Besson, Historia del Estado Zulia, 2 vols., Maracaibo, 1973, II, pp. 283-288, 573-575, 558, 594-597 y 620-622; Catalina Banko, “Maracaibo en el desarrollo económico de la región occidental de Venezuela”, Tiempo y Espacio 36, n.º 70 (2018), pp. 11-35.
Sobre el comercio regional e internacional en Maracaibo véase un documento citado por Juan Besson: «Por el muelle situado frente á la Aduana se embarcan y desembarcan todos los artículos que constituyen su comercio extranjero y el que se hace con los demás Estados de la Unión y de Colombia. [. . .] El número de cargas anuales que se embarcan y desembarcan por este muelle no baja de 300.000 al año por término medio, las cuales son transportadas por más de 400 buques del Lago destinados á la conducción de los frutos que de las costas y ríos vienen á la ciudad, y de aquí á los puertos extranjeros por 243 buques de alto bordo que por término medio fondean en su bahía. [. . .] Maracaibo, como punto de depósito principal de los frutos que de diferentes puntos del Estado vienen á su mercado y del de los Estados de la Cordillera y de Colombia, recibe de ellos café, cacao, cueros, algodón, tabaco, quina, sombreros y otros artículos para la exportación, y en cambio les envía mercancías secas, caldos, quincalla, sal y dinero» (Historia del Estado Zulia, II, pp. 521-522).
Alicia Ardao, El café y las ciudades en los Andes venezolanos (1870-1930), Caracas, 1984, pp. 79-83; Arturo Guillermo Muñoz, El Táchira fronterizo: El aislamiento regional y la integración nacional en el caso de los Andes (1881-1899), Caracas, 1985, pp. 151-152; Tulio Chiossone, La villa, San Cristóbal, 1969, pp. 95-97.
Roseberry, Coffee and Capitalism in the Venezuelan Andes, pp. 75-76; Ardao, El café y las ciudades en los Andes venezolanos, p. 63; Guillermo, El Táchira fronterizo, pp. 148-155.
José Ignacio Arocha, Diccionario geográfico, estadístico e histórico del Estado Zulia, Maracaibo, 1894, pp. 38-39.
Venancio Pulgar, Ferrocarril del Táchira, Caracas, 1891, pp. 5-6.
Ardao, El café y las ciudades en los Andes venezolanos, p. 47; Guillermo, El Táchira fronterizo, pp. 90-92.
Heinrich Rode, Los alemanes en el Táchira (Siglos XIX y XX): Memorias de Heinrich Rode, Caracas, 1993, p. 74.
Emilio Constantino Guerrero, El Táchira físico, político e ilustrado, Caracas, 1905, pp. 145-152.
Grisanti, Alberto Adriani, p. 10.
Luis Hernández Contreras, Cien años de historia tachirense, 1899-2000, 3.ª ed., Mérida, 2011, pp. 166, 178 y 354; Muñoz, El Táchira fronterizo, pp. 91-95.
Guerrero, El Táchira físico, político e ilustrado, p. 154.
Ibíd., pp. 12-13.
Muñoz, El Táchira fronterizo, pp. 64-68; Ardao, El café y las ciudades en los Andes venezolanos, pp. 173-174.
Federico Brito Figueroa, Tiempo de Ezequiel Zamora, Caracas, 1976, pp. 365-367. Sobre el aislamiento del Táchira, véase lo que dice Laureano Vallenilla Lanz: «Nuestras regiones montañesas no pueden de ninguna manera compararse con las de los otros países de América. El aislamiento no existe. Sus habitantes estuvieron siempre en fácil comunicación con el exterior por el Lago de Maracaibo y con los llanos limítrofes, haciendo un intenso comercio de ganados con Apure, Barinas y Guanare. Durante la Guerra de Independencia y la Guerra Federal, nuestras regiones andinas fueron el refugio de multitud de familias que huían de las hordas llaneras y esto puede comprobarse fácilmente con el gran número de apellidos que existen en los tres Estados de la Cordillera, originarios de las ciudades de los llanos occidentales. El Táchira, con sus extensas y fértiles planicies cubiertas de pastos, ha sido desde tiempos remotos un gran centro ganadero y sus habitantes poseen a la vez los caracteres psicológicos del montañés y del llanero, del sedentario y del nómada» (Disgregación e integración: Ensayo sobre la formación de la nacionalidad venezolana, Caracas, 1930, p. 171, nota 3).
Samir Abdalá Sánchez Escalante, El ser tachirense: Por una reconstrucción de su identidad cultural a partir de sus gentilicios, San Cristóbal, 2020, pp. 11-15.
Mariano Picón-Salas, Los días de Cipriano Castro: Historia venezolana del 1900, Caracas, 1953, pp. 13-14; Ardao, El café y las ciudades en los Andes venezolanos, pp. 174-175.
Francisco Alvarado Arellano, Memorias de un tachirense del siglo XIX, San Cristóbal, 1961, p. 258.
Gerson Rodríguez Durán, Cipriano Castro: Su tierra, su entorno y su vida, San Cristóbal, 1999, pp. 153-156 y 159-162; Picón-Salas, Los días de Cipriano Castro, pp. 30-32.
Grisanti, Alberto Adriani, p. 10.
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Neftalí Noguera Mora, Adriani; o, La Venezuela reformadora, Mérida, 1966, pp. 5-6 y 8-9; Comité 5 del Retorno a Zea, Datos Socio-Económicos de Zea, San Cristóbal, 1969, pp. 6-7.
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José Ignacio Lares, Volvamos al hogar después del terremoto del 28 de abril de 1894, Mérida, 1894, pp. 7-8; Magaly Burguera, Historia del Estado Mérida, Caracas, 1982, p. 148; Carlos Chalbaud Zerpa, Historia de Mérida, Mérida, 1997, p. 287; Francisco de Paula Álamo, “Terremoto en la cordillera”, El Cojo Ilustrado 3, n.° 59 (1894), pp. 215-216; Febres-Cordero, Obras completas, III, pp. 157-158.
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Velásquez, La caída del liberalismo amarillo, pp. 277-287.
Guerrero, El Táchira físico, político e ilustrado, pp. 128-129; Picón-Salas, Los días de Cipriano Castro, pp. 8-10, 36-38 y 43-44; Velásquez, La caída del liberalismo amarillo, pp. 277-286 y 374-380; Durán, Cipriano Castro, pp. 295-297.
Rafael Arráiz Lucca (Venezuela: 1830 a nuestros días, Caracas, 2009) acierta en denominar Hegemonía Militar Tachirense al periodo erróneamente calificado en nuestra historiografía oficial como la Hegemonía Andina, o Andinato. Creemos que esto es un garrafal error terminológico que abarca de manera generalizada y con poca precisión este periodo de nuestra historia moderna. No se puede considerar meramente este un régimen de predominio andino en donde la responsabilidad de la presidencia y vicepresidencia nacional permaneció casi por entero en manos de generales tachirenses por sobre la poca o nula presencia de figuras militares de origen trujillano o merideño en estos puestos. La raíz de esta errada premisa historiográfica surge precisamente en la presunción de que los Andes venezolanos componen un bloque colectivo homogéneo. Aunque esta región conforma un espacio geográfico de marcadas semejanzas telúricas y económicas, las características idiosincráticas y la evolución política de las sociedades merideña, trujillana y tachirense son en buena medida divergentes (Picón-Salas, Los días de Cipriano Castro, pp. 10-16).
Cabe acotar que aunque el predominio del máximo Poder Ejecutivo permaneció en manos de los militares tachirenses, bajo su dirección en el congreso, en nuestros ministerios, consejos y presidencias estatales contaron con la participación activa de hombres eminentes provenientes de todas las provincias del territorio nacional, de todas las clases sociales y de todos los partidos nacionales. Bastaría con repasar los nombres que componían los cuerpos gubernativos de aquella época para comprobar este hecho. Así la Hegemonía Militar Tachirense práctica una configuración política original y ecléctica, muy lejana al temperamento rígido y hermético del que suele ser señalada (Rafael Ramón Castellanos, Caudillismo y nacionalismo: De Guzmán Blanco a Gómez, Caracas, 1994; Winfield J. Burggraaff, The Venezuelan Armed Forces in Politics, 1935-1959, Columbia, 1972, pp. 8-25).
Igualmente es discutible la proposición de nuestra historiografía oficial sobre cómo el carácter y proceder político de los regímenes de gobierno de la Hegemonía Tachirense giraba enteramente alrededor de las fuerzas armadas. Destacamos la edificación de nuevas instituciones y la transformación de las ya existentes, son los hechos que comprenden los verdaderos cimientos de este sistema, personalista en el primer periodo de su existencia, pero de una naturaleza multiforme. El ejército, como cualquier organismo gubernamental, componían una parte vital en el acontecer nacional. La reestructuración y modernización de la Hacienda Pública, las reformas en materia de educación, la integración a la actividad política de las provincias apartadas y de sectores de la población excluidos y el nacimiento mismo de la institución armada; la profesionalización del ejército varios años después que Cipriano Castro asume el poder, son reflejo de esta tesis que proponemos: que un sistema político como este no podría haber tenido una existencia duradera en el ejercicio bruto y desmedido de la fuerza por sobre cualquier cuerpo de oposición, como lo habían intentado regímenes personalistas anteriores, pues desde un inicio los líderes tachirenses se orientaron en el diseño y construcción de un nuevo equilibrio que encauzase a Venezuela por la vía de la modernización orgánica en todos los campos de su vida, concluyendo así en el orden civil que siguió a la muerte del General Juan Vicente Gómez en 1935, un orden de paz ininterrumpida hasta finales del siglo XX, donde la transformación del medio social y económico de la sociedad venezolana dio por superado al predominio de los caudillos fratricidas y el estado social propicio para las guerras civiles.
En afirmación del Doctor Carlos Siso: «Se puede decir que Venezuela vivió un sistema político de características peculiares y con un sello propio, que transformó los cimientos de la Venezuela del siglo XIX. La importancia del movimiento social es mucho mayor que la militar y ha dejado huellas profundas en la colectividad venezolana. [. . .] Muchos pensadores venezolanos no le atribuyen la importancia política a la Revolución Andina como movimiento histórico [. . .] Yo me permito disentir de ellos [. . .] Castro, González Pacheco, Gómez, Baptista, los Araujo, los Chalbaud Cardona, Márquez Bustillo, Baptista Galindo, Ezequiel Vivas, Diógenes Escalante, Rubén y Efraín González, Román Cárdenas, y tantos otros [. . .] Con ellos se presentaron en Caracas elementos de todas las clases que traían consigo principios necesarios a la vida institucional de la República [. . .] Con la incorporación de los andinos quedó convertida Caracas definitivamente en el centro político principal de la nación» (Carlos Siso, Castro y Gómez: Importancia de la Hegemonía Andina, Caracas, 1985, pp. 117-127).
Aníbal R. Martínez, El camino de Petrolia, Caracas, 1979, pp. 7-8; Febres-Cordero, Obras completas, III, pp. 162-164; Ardao, El café y las ciudades en los Andes venezolanos, p. 48.
Rómulo Betancourt, Venezuela: Política y petróleo, México, 1956, pp. 13-14; José Antonio Contreras Bautista, Junín: Tierra pionera y promisoria, San Cristóbal, 1995, p. 351; Rafael María Rosales, El mensaje de La Petrolia, Caracas, 1975, pp. 6-7.
Rosales, El mensaje de La Petrolia, p. 8; Martínez, El camino de Petrolia, pp. 17-22.
Martínez, El camino de Petrolia, pp. 9-12.
Ibíd., pp. 23-28 y 31-34.
Rosales, El mensaje de La Petrolia, pp. 13-14; Martínez, El camino de Petrolia, pp. 39-43.
Ardao, El café y las ciudades en los Andes venezolanos, pp. 162-163; Martínez, El camino de Petrolia, pp. 95-99; Rosales, El mensaje de La Petrolia, pp. 12-13.
Magnífica introducción. ¡Felicitaciones!
Hola Buenas, como podria encontrar mas informacion de mi antepasados en Elba, como por ejemplo de que trabajaban, o en que buques vinieron hacia America. Gracias